EL MOLINERO
Una carreta llena de trigo iba camino del molino. El amo de las bestias las arreaba para que se dieran prisa. Quería ser el primero en llegar al molino de Antón. Sí tenía suerte vería a la linda niña del molinero, Susane. No era el primero, pero tampoco estaba el molino abierto todavía, así que decidió ir a casa del molinero, a ver si este le daba una taza de café. Susane tenía a todos los mozos del pueblo rondando el molino de Antón, queriendo ver su larga melena de pelo negro, sus ojos azules, su piel tostada por el sol, el vaivén de sus caderas y los pechos erguidos por su juventud. Hasta el cacique de las tierras más extensas llevaba el trigo al molino del señor Antón, para tener la oportunidad de ver a la linda Susane. Antón, que no es ningún ignorante, le tenia prohibido a la linda Susane que saliera de la casa mientras el molía en el molino y los hombres recogían sus sacos de harina, pero no podía evitarlo porque tenia que tender o barrer la entrada de la casa que estaba junto al molino, ayudando a la madre y desobedeciendo al padre.
El amo de las bestias que las arreaba para ser el primero en llegar, tenía confianza suficiente con el molinero para pedirle una taza de café. El molinero, sin adivinar las verdaderas intenciones de este que no eran otras que alegrarse la vista con la linda Susane, le dice a su hija que saque un café para el campesino. Este se deleitó con la visión de la muchacha y se sintió a gusto al verla meterse en la cocina y verla de espaldas, ¡que hembra! Pensó para si mientras sorbía un buche de café.
-Nos vamos,- dice el molinero,- creo que eres el cuarto.
La jornada del molinero empezaba bien temprano, apenas despuntaba el alba. A eso del medio día estaba ya cansado. Se iba haciendo mayor. Sacar tantos kilos de harina era un trabajo duro. Su linda Susane, como a él le gustaba llamarla, le trajo un bocadillo y un zumo:
-¡Tu madre sabe que no me gusta que vengas a traerme tú el almuerzo!
-¡Ya!, pero ella no ha podido, está preparando el guiso del mediodía y no puede dejarlo, por eso me ha mandado a mí.
-Parece que mi palabra no vale nada en esta casa; dijo el molinero con resignación.
-No se ponga así usted, padre. Se que tengo prohibido venir aquí por las mañana pero no me importan los mozos del pueblo que me fisgoneen si lo que hago es traerle a mi padre es el almuerzo.
-¡Oh! Mi linda Susane, ni tan siquiera por mí tienes que trasgredir la norma. No ves que aquí no vienen nada más que hombres y tu tienes edad de tener pretendiente.
Mientras el padre seguía moliendo trigo a la par que se comía el almuerzo de medía mañana, Susane le observaba. No había nadie en el molino y se permitió estar junto a su padre un rato. El amor que sentían padre e hija era mutuo, desde muy pequeña, cuando podía entrar en el molino sin problemas, ayudaba a su padre a recoger la harina y ambos se reían de la cara blanca del otro. Eran tiempos felices, cuanto daría ella por haber parado el reloj en aquella época y sentir la fuerza de su padre al levantarla del suelo y tirarla por los aires. Se quedo allí un rato pensando. Ahora su padre estaba mayor y ella ya no era una niña inocente. Sabía que despertaba en los hombres pasiones, pero eso le traía sin cuidado, no le prestaba la más mínima atención. El molinero también recordaba aquellos tiempos, y como era molinero pero no tonto, lo que procuraba era defender a su hija de falsos galanes y embaucadores que buscaban engatusar a su linda niña, que para él seguía siendo su linda Susane, sin ver en ella una mujer. Pero el cacique, el de las tierras más extensas de la comarca, si veía en ella una mujer y pretendía poseerla, por las buenas o por las malas.
Un amigo intimo de la familia era L. Él conocía la devoción del padre por la hija y sabia cuando el padre estaba en el molino, cuando la linda Susane estaba sola, cuando el padre dormía, y cuando ella salía de paseo por el campo. Esto no se le escapo al cacique. Le habló a L. de dinero si le daba información sobre los movimientos de la linda Susane y este, ante la debilidad de la avaricia, le contó todo cuanto sabía, traicionando así a su viejo y querido amigo el molinero.
El cacique se acerco al molino a la hora que la linda Susane iba a pasear por el campo. En mitad de su paseo se le acercó:
-Te gustaría ir a caballo- le dijo el cacique a la linda Susane. Esta no vio malas intenciones en la cortesía del cacique y al pensarlo, no le pareció mala idea. A lomos de un caballo el campo se ve de otra forma, pensó la linda Susane. Las queridas flores quedan a la altura de los pies, los árboles están más cerca, el viento acariciaba la cara con mayor fuerza, la verdad que no había sido una mala idea aceptar la invitación.
El cacique se alejaba del molino cada vez más. La linda Susane se estaba asustando, ella no frecuentaba aquellos parajes, le era desconocidos. La inseguridad se apoderó de ella.
-Por estos caminos no se volver a casa- se quejó la pobre Susane.
- No te preocupes, yo te devolveré a los brazos de tu padre pero antes dejemos descansar a la bestia, esta sudorosa y agotada, normalmente no subo a nadie conmigo. La pobre Susane vio como le brillaban los ojos al cacique y diría que andaba algo ebrio. Saco del zurrón una botella de vino, pan y queso y ofreció a la linda Susane. La luna iba dejándose ver, Se está haciendo tarde.
-¿Podemos volver ya?- El cacique dio un par de tragos al vino. La pobre Susane había rechazado las viandas, pero el cacique se resistió a guardar el vino. Volvió a beber.
-Volveremos si antes me das una cosa.- dijo el cacique.
-¿Qué puede querer el dueño de las tierras más extensas de la pobre hija de un molinero?
- Un beso.- y se acercó a ella para cogerla por la cintura. La pobre Susane se resistió y el cacique, con la lujuria clavada en los ojos, la poseyó en contra de su voluntad.
Para la pobre Susane fue todo un trauma. Él, como le prometió, la dejó en su casa, pero mancillada.
Enseguida fue en busca de su padre para contárselo todo y este, sin pensarlo mando al amigo fiel de la familia, a L.,sin saber que era el traidor, para citar al cacique bajo el roble de la colina para saldar cuentas, esa misma noche, porque el agravio no podía esperar más.
L. llegó a casa del cacique y le explico todo. Le dio la misiva y le avisó de que el molinero llevaría un arma. Este, ebrio como estaba, creyó que tenia cargada la pistola que cogió y se dirigió al roble que estaba en lo alto de la colina. Cuando llegó la hora de la cita, los dos hombres estaban bajo el roble viejo. La luz de la Luna daba visibilidad suficiente para ver en la tupida noche. El molinero no le dio opción ni de sacar el arma al cacique. Le disparó en el pecho, muriendo este en el acto. El molinero dijo una cosa después:
-Aún es menor de edad y no le temo ni a usted, ni a su dinero ni a la justicia. Solo tú has sido testigo L., y tu eres el único que sabe la verdad, si me encierran por esto ya se a quien le debo el favor-. L., tartamudeando, porque el molinero seguía armado y el tenia la conciencia sucia, le dijo que este secreto iría con el a la tumba
Pasado el tiempo a la linda Susane, de aquella noche, le quedo un recuerdo inolvidable. Se había quedado embarazada. Habló con su padre y le dijo que aunque el padre del niño fue un infame, la criatura que llevaba ahora dentro de ella, no tenia culpa ninguna. Deseaba tenerla y cuidarla como si fuese un hijo deseado. El padre, al principio, no emitía juicio alguno. Todo lo que había sucedido le desbordaba y, por primera vez en su vida, no sabía que era lo correcto. Se preguntaba si aquel bebe les traería el recuerdo de aquella maldita noche o si por el contrario sería motivo de alegría para la casa. Se fue al molino a pensar.
La linda Susane, viendo el rostro desfigurado de su padre también tuvo sus dudas, pero el instinto maternal pudo más que el afecto que sentía hacía su padre. Era una criatura inocente, consecuencia de una maldad, eso si, pero inocente. No iba a permitir que porque no fuese deseado y fuese obra de una violación ese niño no naciera.
El padre regreso del molino.
-Susane, es tú decisión. Tu serás la madre, pero que sepas que con un hijo pocos mozos querrán casarse contigo
-No me importa, padre. Lo que ahora me importa es que el niño nazca sano y fuerte y con vuestra ayuda poder criarlo
A los nueve mese nació una linda criatura que dio a luz la mamá Susane, fruto de aquella posesión del cacique. El niño fue recibido con alegría en la casa, era un inocente que no tenía ninguna responsabilidad. La madre lo mimaba. El abuelo le hacía carantoñas. La felicidad volvió a una casa donde la desgracia voló sobre ella una aciaga noche.
Susane seguía atendiendo sus labores de la casa y además cuidaba de su hijo. Ahora podía ir al molino a cualquier hora. El padre ya no la trataba de protegerla tanto. A pesar de ser madre, seguía despertando los entusiasmos en todos los hombres de la comarca.
La pluma negra
El amo de las bestias que las arreaba para ser el primero en llegar, tenía confianza suficiente con el molinero para pedirle una taza de café. El molinero, sin adivinar las verdaderas intenciones de este que no eran otras que alegrarse la vista con la linda Susane, le dice a su hija que saque un café para el campesino. Este se deleitó con la visión de la muchacha y se sintió a gusto al verla meterse en la cocina y verla de espaldas, ¡que hembra! Pensó para si mientras sorbía un buche de café.
-Nos vamos,- dice el molinero,- creo que eres el cuarto.
La jornada del molinero empezaba bien temprano, apenas despuntaba el alba. A eso del medio día estaba ya cansado. Se iba haciendo mayor. Sacar tantos kilos de harina era un trabajo duro. Su linda Susane, como a él le gustaba llamarla, le trajo un bocadillo y un zumo:
-¡Tu madre sabe que no me gusta que vengas a traerme tú el almuerzo!
-¡Ya!, pero ella no ha podido, está preparando el guiso del mediodía y no puede dejarlo, por eso me ha mandado a mí.
-Parece que mi palabra no vale nada en esta casa; dijo el molinero con resignación.
-No se ponga así usted, padre. Se que tengo prohibido venir aquí por las mañana pero no me importan los mozos del pueblo que me fisgoneen si lo que hago es traerle a mi padre es el almuerzo.
-¡Oh! Mi linda Susane, ni tan siquiera por mí tienes que trasgredir la norma. No ves que aquí no vienen nada más que hombres y tu tienes edad de tener pretendiente.
Mientras el padre seguía moliendo trigo a la par que se comía el almuerzo de medía mañana, Susane le observaba. No había nadie en el molino y se permitió estar junto a su padre un rato. El amor que sentían padre e hija era mutuo, desde muy pequeña, cuando podía entrar en el molino sin problemas, ayudaba a su padre a recoger la harina y ambos se reían de la cara blanca del otro. Eran tiempos felices, cuanto daría ella por haber parado el reloj en aquella época y sentir la fuerza de su padre al levantarla del suelo y tirarla por los aires. Se quedo allí un rato pensando. Ahora su padre estaba mayor y ella ya no era una niña inocente. Sabía que despertaba en los hombres pasiones, pero eso le traía sin cuidado, no le prestaba la más mínima atención. El molinero también recordaba aquellos tiempos, y como era molinero pero no tonto, lo que procuraba era defender a su hija de falsos galanes y embaucadores que buscaban engatusar a su linda niña, que para él seguía siendo su linda Susane, sin ver en ella una mujer. Pero el cacique, el de las tierras más extensas de la comarca, si veía en ella una mujer y pretendía poseerla, por las buenas o por las malas.
Un amigo intimo de la familia era L. Él conocía la devoción del padre por la hija y sabia cuando el padre estaba en el molino, cuando la linda Susane estaba sola, cuando el padre dormía, y cuando ella salía de paseo por el campo. Esto no se le escapo al cacique. Le habló a L. de dinero si le daba información sobre los movimientos de la linda Susane y este, ante la debilidad de la avaricia, le contó todo cuanto sabía, traicionando así a su viejo y querido amigo el molinero.
El cacique se acerco al molino a la hora que la linda Susane iba a pasear por el campo. En mitad de su paseo se le acercó:
-Te gustaría ir a caballo- le dijo el cacique a la linda Susane. Esta no vio malas intenciones en la cortesía del cacique y al pensarlo, no le pareció mala idea. A lomos de un caballo el campo se ve de otra forma, pensó la linda Susane. Las queridas flores quedan a la altura de los pies, los árboles están más cerca, el viento acariciaba la cara con mayor fuerza, la verdad que no había sido una mala idea aceptar la invitación.
El cacique se alejaba del molino cada vez más. La linda Susane se estaba asustando, ella no frecuentaba aquellos parajes, le era desconocidos. La inseguridad se apoderó de ella.
-Por estos caminos no se volver a casa- se quejó la pobre Susane.
- No te preocupes, yo te devolveré a los brazos de tu padre pero antes dejemos descansar a la bestia, esta sudorosa y agotada, normalmente no subo a nadie conmigo. La pobre Susane vio como le brillaban los ojos al cacique y diría que andaba algo ebrio. Saco del zurrón una botella de vino, pan y queso y ofreció a la linda Susane. La luna iba dejándose ver, Se está haciendo tarde.
-¿Podemos volver ya?- El cacique dio un par de tragos al vino. La pobre Susane había rechazado las viandas, pero el cacique se resistió a guardar el vino. Volvió a beber.
-Volveremos si antes me das una cosa.- dijo el cacique.
-¿Qué puede querer el dueño de las tierras más extensas de la pobre hija de un molinero?
- Un beso.- y se acercó a ella para cogerla por la cintura. La pobre Susane se resistió y el cacique, con la lujuria clavada en los ojos, la poseyó en contra de su voluntad.
Para la pobre Susane fue todo un trauma. Él, como le prometió, la dejó en su casa, pero mancillada.
Enseguida fue en busca de su padre para contárselo todo y este, sin pensarlo mando al amigo fiel de la familia, a L.,sin saber que era el traidor, para citar al cacique bajo el roble de la colina para saldar cuentas, esa misma noche, porque el agravio no podía esperar más.
L. llegó a casa del cacique y le explico todo. Le dio la misiva y le avisó de que el molinero llevaría un arma. Este, ebrio como estaba, creyó que tenia cargada la pistola que cogió y se dirigió al roble que estaba en lo alto de la colina. Cuando llegó la hora de la cita, los dos hombres estaban bajo el roble viejo. La luz de la Luna daba visibilidad suficiente para ver en la tupida noche. El molinero no le dio opción ni de sacar el arma al cacique. Le disparó en el pecho, muriendo este en el acto. El molinero dijo una cosa después:
-Aún es menor de edad y no le temo ni a usted, ni a su dinero ni a la justicia. Solo tú has sido testigo L., y tu eres el único que sabe la verdad, si me encierran por esto ya se a quien le debo el favor-. L., tartamudeando, porque el molinero seguía armado y el tenia la conciencia sucia, le dijo que este secreto iría con el a la tumba
Pasado el tiempo a la linda Susane, de aquella noche, le quedo un recuerdo inolvidable. Se había quedado embarazada. Habló con su padre y le dijo que aunque el padre del niño fue un infame, la criatura que llevaba ahora dentro de ella, no tenia culpa ninguna. Deseaba tenerla y cuidarla como si fuese un hijo deseado. El padre, al principio, no emitía juicio alguno. Todo lo que había sucedido le desbordaba y, por primera vez en su vida, no sabía que era lo correcto. Se preguntaba si aquel bebe les traería el recuerdo de aquella maldita noche o si por el contrario sería motivo de alegría para la casa. Se fue al molino a pensar.
La linda Susane, viendo el rostro desfigurado de su padre también tuvo sus dudas, pero el instinto maternal pudo más que el afecto que sentía hacía su padre. Era una criatura inocente, consecuencia de una maldad, eso si, pero inocente. No iba a permitir que porque no fuese deseado y fuese obra de una violación ese niño no naciera.
El padre regreso del molino.
-Susane, es tú decisión. Tu serás la madre, pero que sepas que con un hijo pocos mozos querrán casarse contigo
-No me importa, padre. Lo que ahora me importa es que el niño nazca sano y fuerte y con vuestra ayuda poder criarlo
A los nueve mese nació una linda criatura que dio a luz la mamá Susane, fruto de aquella posesión del cacique. El niño fue recibido con alegría en la casa, era un inocente que no tenía ninguna responsabilidad. La madre lo mimaba. El abuelo le hacía carantoñas. La felicidad volvió a una casa donde la desgracia voló sobre ella una aciaga noche.
Susane seguía atendiendo sus labores de la casa y además cuidaba de su hijo. Ahora podía ir al molino a cualquier hora. El padre ya no la trataba de protegerla tanto. A pesar de ser madre, seguía despertando los entusiasmos en todos los hombres de la comarca.
La pluma negra
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