En el artículo titulado Ansiedad publicado en estas mismas páginas hace varias semanas ya decía que la ansiedad se manifiesta de numerosas maneras convirtiéndose en un monstruo de enésimas cabezas que ocasionan un daño terrible a la persona que la padece.
Ya apuntaba que se manifiesta con el trastorno de ansiedad generalizada, la agorafobia, el trastorno obsesivo compulsivo y otras muchas maneras que con frecuencia suelen interrelacionarse ocasionando un terrible dolor y provocando una enorme impotencia en la persona víctima de los trastornos.
No todos los trastornos tienen la misma intensidad ni son igual de difíciles de vencer. Hacer frente a ellos viene motivado por una diferente cantidad de esfuerzo que no siempre es el mismo. Uno de los trastornos de ansiedad más duros de afrontar es el obsesivo compulsivo, que suele tener muy mala imagen social porque con frecuencia la persona que lo padece se muestra ante la sociedad como una persona exigente que requiere una atención continuada y que las cosas se hagan cuando quiere el enfermo y no cuando la otra persona puede.
El paciente del trastorno obsesivo compulsivo tiene una lucha interior terrible que le convierte en una persona exigente hasta límites inimaginables. Por ejemplo: la situación que hace unos días yo viví con mi monitor de informática. Yo quería que me enseñara una cosa del ordenador y él iba a empezar una terapia de grupo cognitivo y no podía atenderme en ese momento. Por más que me lo decía yo no lo aceptaba y le pedía una y otra vez que me lo enseñara. Yo estaba sufriendo enormemente. Por dentro una parte de mí me decía que el monitor llevaba razón y tenía que esperar a que terminara la terapia de grupo y otra parte exigía que me mostrara lo que yo quería en ese momento. Yo no quería hacer daño. Al contrario: me estaba haciendo daño a mí mismo porque tenía las pulsaciones por las nubes, me dolía el pecho, me dolía también la cabeza, todo mi cuerpo temblaba y sentía un miedo pavoroso.
Estaba paralizado, intranquilo y pensaba que el monitor me estaba haciendo un daño que podía evitarse. La realidad era que no se trataba del momento oportuno. Que no podía esperar. Me estaba asfixiando. Tenía toda la sintomatología de los trastornos de ansiedad. Mi cuerpo era una bomba a punto de estallar. Nadie se imagina lo mal que me sentía. Y mi monitor no cedió a mis peticiones a pesar de mi enorme malestar.
Esto mismo me ocurre en la vida diaria con suma frecuencia. El trastorno obsesivo compulsivo se mete por todos los resquicios de mi mente y me obliga a exigir de los demás cosas que los demás no pueden darme EN EL MOMENTO EN QUE YO LO NECESITO. No sé esperar. No puedo. Es superior a mí. Y soy consciente de todo. Pero el trastorno me domina y me produce un dolor inmenso que me resulta dificilísimo controlar. Y se supone que ésa es la solución: aguantar hasta que llegue el día en que pueda esperar sin sufrir tanto y sin padecer la terrible impaciencia que padezco.
El trastorno obsesivo compulsivo, conocido popularmente como TOC, se manifiesta de muchas otras maneras. Un exceso de limpieza que lleva a lavarse las manos decenas de veces al día. No es mi caso. Un exceso de orden que obliga a poner todas las cosas siempre de una determinada manera y sin estar ladeadas o torcidas. Sí es mi caso. Un exceso de pensamiento que obliga a pensar continuamente, a repasar una y otra vez las cosas que hay que hacer durante el día o las cosas que han pasado. También es mi caso. Y esto es lo más doloroso que tengo del TOC. Repasar mentalmente las cosas a hacer o decir me genera una angustia extrema que a veces me lleva a pensar en lo peor, en acabar con todo de la peor manera posible porque lo veo como única solución. Mi único alivio es dormir. Por eso anhelo que llegue la noche, tomarme las pastillas y dormirme hasta el día siguiente. Me levanto mejor, pero pronto empieza la misma angustia de tener que repasar continuamente las cosas.
Eso se lo he contado a mi psicólogo y no parece entenderlo mucho o no le da la importancia que yo le doy. A lo mejor es una estrategia terapéutica o que no comprende el máximo dolor que yo experimento. No lo sé. Yo siempre le contesto a la pregunta de cómo me encuentro con lo mismo: tengo ansiedad y no me deja vivir el TOC. Puede que esté cansado de escuchar las mismas cosas porque al fin y al cabo es una persona como otra cualquiera. O puede que mi respuesta se haya convertido es un ejercicio de monotonía verbal que no lleva a ninguna parte.
No sé cómo superar el TOC. Me tiene poseído. El sufrimiento no tiene límites. Mi vida diaria es un infierno. Y no encuentro comprensión. Por ejemplo mi hermana me dice que no le eche cuenta. Eso es muy fácil de decir, pero llevarlo a la práctica cuesta Dios y ayuda conseguirlo. Yo tengo, a pesar de todo, confianza en superar este maldito trastorno. Eso quiere decir que en mí albergo cierta esperanza como siempre. En mis escritos habituales siempre lo dejo traslucir: detrás del sufrimiento, por duro que sea, existe la posibilidad de superarlo o al menos mitigarlo. Con frecuencia es a Dios a quien le pido ayuda y fuerzas para seguir adelante. Y me acuerdo de la película “El fin de los días” de Peter Hyams. En ella Arnold Swarzenegger está luchando contra el mismísimo diablo y le pide a Dios en una iglesia semidestruida ayuda y fuerzas para vencerlo. Y lo consigue, aunque tenga que entregar su propia vida. Yo espero superar el TOC sin tener que entregar mi vida a cambio porque entonces sería una derrota.
En el fondo de cualquier infelicidad existe una semilla de felicidad. Ésa es la esperanza con la que vivo y con la que veo el mañana. Si no tuviera esa semilla creo que no podría seguir viviendo. Esa semilla mitiga parcialmente mi dolor. Ojala dé buenos frutos y yo me ponga mejor, también por el beneficio de las personas que me rodean y con las que convivo. Tengo mucho que hacer y no quiero que el TOC me paralice aún más de lo que ya lo hace. Confiemos pues en el tiempo venidero que sé traerá una forma distinta de ver la vida y de vivirla. Así sea.
José Cuadrado Morales
No hay comentarios:
Publicar un comentario