Todos queremos, de una u otra manera, cambiar algo que no nos gusta de nuestras vidas. Cuesta mucho, normalmente, el cambio, pero más suele costar que nuestras existencias estén dirigidas por un trauma, un problema, un recuerdo, algo doloroso o simplemente incómodo. A veces nos acostumbramos al problema y éste se convierte en protagonista de nuestra diaria estancia en este mundo pasajero, nos dejamos dominar por una mala experiencia, por algo que odiamos pero que permitimos que dirija cada minuto de nuestro existir, nos acomodamos y aceptamos hasta lo más duro porque sencillamente cuesta mucho el cambio y es mejor seguir con la enfermedad, el problema o la experiencia traumática correspondiente.
Es de verdaderos valientes rebelarse contra la monotonía del dolor y luchar por que el cambio sea el verdadero protagonista de nuestro diario paso por este minúsculo trocito de tierra que es nuestro planeta. Es de valientes luchar contra el reguero de dolor que genera la muerte de un ser querido y el trauma que eso suele generar. Tenemos pesadillas por ejemplo con la muerte de nuestra madre, pero cuando abrimos los ojos por la mañana vemos que simplemente ha sido una pesadilla y hay que seguir adelante con la pesada carga de la memoria amortajada que no nos quiere dejar vivir. Hay que conseguir avanzar con la madre muerta, con el hijo muerto, con quien sea muerto, sin detenernos en el recrearse en el morbo del dolor sólo en apariencia interminable.
Si uno padece obesidad mórbida hay que luchar por operarse de reducción de estómago mediante la realización de un by pass intestinal. Es la mejor manera de reducir el estómago y con ello perder cincuenta o sesenta kilos o todos los que nos sobren. Hay que adaptarse tomando batidos y toda clase de líquidos, un período largo de semanas e incluso de meses, pero que esperan la recompensa de un estómago liso y muchos kilos perdidos, y la salud recobrada. Podemos entonces decir que hemos recobrado la salud, que hemos vencido, que somos triunfadores, que hemos derrotado a nuestras debilidades, a nuestra monotonía que suele comer la moral pero que nos hemos demostrado que somos más fuertes que nuestras limitaciones, que las lesiones de nuestra alma. Que somos capaces del cambio porque tenemos una fuerza interior que puede con todo y nada dejamos en el camino de la execrable debilidad que nos convierte en estatuas de nada, en piltrafas, en pequeñas basuras que no tienen ni siquiera un contenedor donde poder reciclarse. El mejor reciclaje posible es la voluntad. Nuestra voluntad. Y la fe en Dios.
Recuerdo ahora los versos de Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”. Sólo Dios puede bastar para seguir adelante en el cotidiano batallar de la existencia. Él puede bastar para mitigar la soledad que tantas veces nos zahiere y nos deja convertidos en verdaderos parásitos de nosotros mismos. Dios ayuda al cambio y su ayuda no tiene contraprestaciones porque está basada en el principio básico de la misericordia y la providencia. El Dios proveerá no es un falso mito sino una realidad conectada directamente con la fe. Y esto también nos puede ayudar a cambiar el miedo a la muerte por la aceptación de la misma como algo natural de nuestro paso por la Tierra, No pasa nada con morirse. Sólo se detiene el reloj corporal, pero sigue funcionando el reloj espiritual. No muere la vida. La vida continúa de otra forma, probablemente más hermosa, donde posiblemente no sea preciso ningún cambio porque todo estará hecho a imagen y semejanza de Dios y éste representa la perfección, por eso sobrarán todas las quejas, todos los trajes de debilidad, toda la parsimonia en la que nos instalamos por una absurda y masoquista debilidad.
Yo mismo estuve a punto de caer en el alcoholismo. Varias copitas diarias de anís o sol y sombra me ayudaban a seguir adelante, a soportar la dura existencia, A cambio estaba destrozando el único hígado que tengo. Cuando me diagnosticaron granulomas hepáticos me planteé radicalmente dejar el alcohol instalado en mi vida y un día de San Valentín de no recuerdo qué año aparqué desde entonces las copitas y he podido seguir adelante sin ellas. Me mantengo con mi fe en Dios, con mi fe en mí mismo y el miedo a padecer una enfermedad hepática grave. Esto vale para cualquier otra enfermedad o circunstancia de la vida. Invito desde aquí a trabajar en la voluntad propia como acicate para luchar contra todo lo que no nos gusta de nosotros mismos. Que el cambio es posible porque nosotros tenemos una fuerza de voluntad arrolladora contra la que no puede nada ni nadie.
José Cuadrado Morales
Si uno padece obesidad mórbida hay que luchar por operarse de reducción de estómago mediante la realización de un by pass intestinal. Es la mejor manera de reducir el estómago y con ello perder cincuenta o sesenta kilos o todos los que nos sobren. Hay que adaptarse tomando batidos y toda clase de líquidos, un período largo de semanas e incluso de meses, pero que esperan la recompensa de un estómago liso y muchos kilos perdidos, y la salud recobrada. Podemos entonces decir que hemos recobrado la salud, que hemos vencido, que somos triunfadores, que hemos derrotado a nuestras debilidades, a nuestra monotonía que suele comer la moral pero que nos hemos demostrado que somos más fuertes que nuestras limitaciones, que las lesiones de nuestra alma. Que somos capaces del cambio porque tenemos una fuerza interior que puede con todo y nada dejamos en el camino de la execrable debilidad que nos convierte en estatuas de nada, en piltrafas, en pequeñas basuras que no tienen ni siquiera un contenedor donde poder reciclarse. El mejor reciclaje posible es la voluntad. Nuestra voluntad. Y la fe en Dios.
Recuerdo ahora los versos de Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”. Sólo Dios puede bastar para seguir adelante en el cotidiano batallar de la existencia. Él puede bastar para mitigar la soledad que tantas veces nos zahiere y nos deja convertidos en verdaderos parásitos de nosotros mismos. Dios ayuda al cambio y su ayuda no tiene contraprestaciones porque está basada en el principio básico de la misericordia y la providencia. El Dios proveerá no es un falso mito sino una realidad conectada directamente con la fe. Y esto también nos puede ayudar a cambiar el miedo a la muerte por la aceptación de la misma como algo natural de nuestro paso por la Tierra, No pasa nada con morirse. Sólo se detiene el reloj corporal, pero sigue funcionando el reloj espiritual. No muere la vida. La vida continúa de otra forma, probablemente más hermosa, donde posiblemente no sea preciso ningún cambio porque todo estará hecho a imagen y semejanza de Dios y éste representa la perfección, por eso sobrarán todas las quejas, todos los trajes de debilidad, toda la parsimonia en la que nos instalamos por una absurda y masoquista debilidad.
Yo mismo estuve a punto de caer en el alcoholismo. Varias copitas diarias de anís o sol y sombra me ayudaban a seguir adelante, a soportar la dura existencia, A cambio estaba destrozando el único hígado que tengo. Cuando me diagnosticaron granulomas hepáticos me planteé radicalmente dejar el alcohol instalado en mi vida y un día de San Valentín de no recuerdo qué año aparqué desde entonces las copitas y he podido seguir adelante sin ellas. Me mantengo con mi fe en Dios, con mi fe en mí mismo y el miedo a padecer una enfermedad hepática grave. Esto vale para cualquier otra enfermedad o circunstancia de la vida. Invito desde aquí a trabajar en la voluntad propia como acicate para luchar contra todo lo que no nos gusta de nosotros mismos. Que el cambio es posible porque nosotros tenemos una fuerza de voluntad arrolladora contra la que no puede nada ni nadie.
José Cuadrado Morales
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