lunes, 13 de diciembre de 2010

NAVIDAD, “DULCE” NAVIDAD

La Navidad es una época muy dulce, pero básicamente por la ingente cantidad de pasteles variopintos que se consumen, que acaban por reventar los estómagos y crear sentimientos de culpabilidad en la multitud de básculas de las farmacias. La Navidad incrementa los kilos sencillamente porque hay que consumir y a ser posible lo máximo, sin ningún miramiento con la cuenta corriente porque, según el tópico, ya llegará la cuesta de enero para subirla con esfuerzo y con la valentía propia de ingenuos que están purgando pecados de dos semanas.

Ningún corazón mejora en Navidad. Los latidos son los mismos y en todo caso se incremente la tensión arterial por la ingesta de alcohol. Hay que emborracharse para que el espíritu navideño nos permita flirtear con la estupidez. Perdemos la consciencia sin que la conciencia mejore. Hay que ser bueno porque sí, que ya vendrá después nuevamente el resto del año para ser malos, hipócritas o sencillamente miserables según la capacidad de cada uno y según también las posibilidades porque no siempre se puede ser todo lo perverso que uno quiera. La maldad no cotiza en bolsa, pero si lo hiciera generaría ingentes beneficios para los accionistas de pésimo corazón.

En Nochebuena la familia se reúne y en Nochevieja la familia se desparrama. Son los tópicos siempre aderezados con el interés personal y una agónica parafernalia de zambombas, belenes murientes y alcoholes varios. Los platos rebosan de comida y se brinda tantas veces que ya no se sabe qué decir. Mentimos conscientemente y no hay arrepentimiento, aunque es muy fácil recurrir a Dios con un “lo siento” o una súplica que suene a algo así como “Señor, ayúdame, dame fuerzas”. La fuente de perdón de Dios es inagotable y eso lo sabemos todos. Dios es inmensamente bueno y misericordioso. Otro tópico, pero éste merece la pena su existencia.

Y están también los juguetes. Ojo con los que marcan en televisión con la frase superior a 30 euros porque una cosa es regalar para quedar bien y otra tirar el dinero que luego no sabes cómo vas a reponer. Los juguetes juegan con la sensible inocencia infantil, probablemente lo más puro de la Navidad. Un niño espera ansioso el Día de Reyes y explota de gozo cuando amanece el día 6 y contempla la contrapartida a su buen comportamiento anual. Ese niño que abre los ojos expectantes sí tiene una dulzura especial. No hay culpa ni ningún otro sentimiento negativo. Es una dulzura cierta. Es la dulce Navidad que canta el villancico: “Oh, Christmas tree, oh Christmas tree, how lovely are your branches”. Las ramas del árbol navideño son reales, tangibles y podemos abrazarlo y sentir ese abrazo correspondido de inmediato. Hay una dulzura también real porque no nos engañamos para nada ni por nada. Sencillamente hacemos un acto de amor espontáneo y totalmente gratuito, sin esperar nada a cambio.

Ahí está la verdadera y dulce Navidad: en dar sin esperar nada a cambio. ¿Recibiré algo a cambio de lo que doy? Es una ansiedad positiva. Si algo llega de lo entregado bien está. Si nada llega, bien está también. Amar sin remite. Amar sólo pensando en el destinatario de nuestro amor. En Navidad no deberían permitirse los remites en las cartas. Sólo los destinatarios de los besos, felicidades, felicitaciones de año nuevo, abrazos, buenos deseos y demás tópicos empapados en cierta dulzura más o menos pegajosa.

La Navidad hay que disfrutarla, pero como hay que disfrutar el resto del año. En febrero también se puede comer un polvorón. Y en agosto también se puede dar un beso. Y hacer el amor en junio. Y regalar un juguete en cualquier mes del año. El auténtico mensaje es la búsqueda de la felicidad. Y la felicidad, más o menos dulce, no viene sólo en Navidad, sino en cualquier momento. Yo invito a la búsqueda de la felicidad en Navidad pensando, sintiendo que la Navidad es todo el año y todo lo dulce que uno quiera. No debemos poner límite a nuestros sueños ni a nuestras necesidades. Que sea lo que Dios quiera, que seguramente será bueno.

José Cuadrado Morales

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