Llegamos a esta primavera con ginebra en el alma, un tinto de infierno en las articulaciones y la promesa reiterada de que todo será distinto y no habrá mas nubes de angustia sobre la caspa ni más hombres desparramados sobre la vendimia ni más soliloquios feministas en la percha de este vivir sin sentido.
Cierto, Claude Chabrol, que cuando la pasión se convierte en acceso obsesivo se abren las puertas del averno; por eso te juro, Dios de venganza y torpeza, que mi primavera llena no albergará besos contaminados ni gemidos que destruyan mi moral inestable; admiro esta solemne ración de lágrimas que sólo yo bebo porque bajo las alfombras no quedan recuerdos felices, sino ironías de arrebato, morbo cínico y un tremendo esqueleto de amor que siempre está dando vueltas a la memoria de los instantes presentes. Primavera llena de cine, sólo de él, oscura y diaria canasta de fotogramas que blanquean el frágil optimismo de la aureolas. En la butaca, con aire acondicionado, celebrando sus más de 100 años largos, lastrando con borrascas del espíritu, odiando escribir y necesitando hacerlo. Hombre de cine, primavera llena, nada.
Llena de cine, Andrew Bergman, que dices haber rodado una película sobre el amor sólo, no sobre el dinero. ¿Y piensas que soy tan ingenuo como para como para creer que hay besos que se dan sin el monedero entre los labios? El sarcasmo rompió y tantos huesos que a esta hora de la vida los cementerios de desamorados despiden impresionantes fuegos fatuos impagables, aunque quizás una mirada se parezca a la sinceridad correspondida, pero no buscaré más entre pasillos pues si alguien me habla estoy dispuesto a guardar el eterno silencio de los frustrados que aspiran a hallar en su abstracción solitaria la idónea protección de lo poco que les queda.
En esta primavera llena, que dicen nació a una hora concreta del mes de marzo, llena sobre todo el sabor de la muerte, su beso maquillado por Brevet Schoeder, su agonía de sombras enmarcadas en cieno, su tristeza polimórfica y envolvente, su emoción ambigua y pulcra, la evidencia de que lo que no mata hace más fuerte. Por eso me veis en esta primavera llena de espejismos que ya no deseo identificar, en mi oasis de oraciones y vídeos, con el agua terrorífica de las células y la decrepitud anciana de los sacrificios, frío como tiro en la nuca, distante como la ética de verdugo. En estos sudores pegajosos Sergio Cabrera me recuerda que la verdad nos hace libres, pero al buscarla somos sus esclavos. Así me encierre de nuevo en mi cuartelillo blanco color bata de masajista, polvo sin moléculas, alma sin filtro por donde entra el diminuto daño de lo que fueron caricias.
Lejos del amor, de la mujer con tirantes, de los escotes que dan pase al calvario., me pide un desierto de calor 90 grados donde me derrita en mis monólogos sin reloj y otros controles, rígido en un mástil de ausencias, calcinado pero dichoso en proa del olvido. Ya no ruge mi vientre ni mi corazón puede seguir llorando como si la felicidad no fuera conmigo .Desaparecieron los paisajes del mas allá y se lo poseo el abanico que azota mi rostro, la perversidad austera de mis pupilas perdidas y el equipaje sutil de quienes huyen permaneciendo quietos. Morir es tan fácil como pagar una entrada de cine, como cerciorarse de que el amor en pareja depende de las tres virtudes teologales: nomina, erección e indiferencia. Quizás añadiría repugnancia, pero a estas alturas de primavera sobrevive en una charca pestilente.
Primavera llena de torpedos a la línea de flotación de la esperanza, ¿quedan rescoldos, algo para el bote de los escépticos? No. En la niebla sahariana un hombre se debate entre la muerte y más muerte mientras abraza a su hijo empapado de ternura.
Primavera llena de cine, conatos de seguridad, botones de romanticismo amarilleando, costras de deseo y naipes ordenados sobre pecho a ras de desespere: pesa la angustia como tarde de primavera sin que la luz se apague…
José Cuadrado Morales
Cierto, Claude Chabrol, que cuando la pasión se convierte en acceso obsesivo se abren las puertas del averno; por eso te juro, Dios de venganza y torpeza, que mi primavera llena no albergará besos contaminados ni gemidos que destruyan mi moral inestable; admiro esta solemne ración de lágrimas que sólo yo bebo porque bajo las alfombras no quedan recuerdos felices, sino ironías de arrebato, morbo cínico y un tremendo esqueleto de amor que siempre está dando vueltas a la memoria de los instantes presentes. Primavera llena de cine, sólo de él, oscura y diaria canasta de fotogramas que blanquean el frágil optimismo de la aureolas. En la butaca, con aire acondicionado, celebrando sus más de 100 años largos, lastrando con borrascas del espíritu, odiando escribir y necesitando hacerlo. Hombre de cine, primavera llena, nada.
Llena de cine, Andrew Bergman, que dices haber rodado una película sobre el amor sólo, no sobre el dinero. ¿Y piensas que soy tan ingenuo como para como para creer que hay besos que se dan sin el monedero entre los labios? El sarcasmo rompió y tantos huesos que a esta hora de la vida los cementerios de desamorados despiden impresionantes fuegos fatuos impagables, aunque quizás una mirada se parezca a la sinceridad correspondida, pero no buscaré más entre pasillos pues si alguien me habla estoy dispuesto a guardar el eterno silencio de los frustrados que aspiran a hallar en su abstracción solitaria la idónea protección de lo poco que les queda.
En esta primavera llena, que dicen nació a una hora concreta del mes de marzo, llena sobre todo el sabor de la muerte, su beso maquillado por Brevet Schoeder, su agonía de sombras enmarcadas en cieno, su tristeza polimórfica y envolvente, su emoción ambigua y pulcra, la evidencia de que lo que no mata hace más fuerte. Por eso me veis en esta primavera llena de espejismos que ya no deseo identificar, en mi oasis de oraciones y vídeos, con el agua terrorífica de las células y la decrepitud anciana de los sacrificios, frío como tiro en la nuca, distante como la ética de verdugo. En estos sudores pegajosos Sergio Cabrera me recuerda que la verdad nos hace libres, pero al buscarla somos sus esclavos. Así me encierre de nuevo en mi cuartelillo blanco color bata de masajista, polvo sin moléculas, alma sin filtro por donde entra el diminuto daño de lo que fueron caricias.
Lejos del amor, de la mujer con tirantes, de los escotes que dan pase al calvario., me pide un desierto de calor 90 grados donde me derrita en mis monólogos sin reloj y otros controles, rígido en un mástil de ausencias, calcinado pero dichoso en proa del olvido. Ya no ruge mi vientre ni mi corazón puede seguir llorando como si la felicidad no fuera conmigo .Desaparecieron los paisajes del mas allá y se lo poseo el abanico que azota mi rostro, la perversidad austera de mis pupilas perdidas y el equipaje sutil de quienes huyen permaneciendo quietos. Morir es tan fácil como pagar una entrada de cine, como cerciorarse de que el amor en pareja depende de las tres virtudes teologales: nomina, erección e indiferencia. Quizás añadiría repugnancia, pero a estas alturas de primavera sobrevive en una charca pestilente.
Primavera llena de torpedos a la línea de flotación de la esperanza, ¿quedan rescoldos, algo para el bote de los escépticos? No. En la niebla sahariana un hombre se debate entre la muerte y más muerte mientras abraza a su hijo empapado de ternura.
Primavera llena de cine, conatos de seguridad, botones de romanticismo amarilleando, costras de deseo y naipes ordenados sobre pecho a ras de desespere: pesa la angustia como tarde de primavera sin que la luz se apague…
José Cuadrado Morales
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