EL ÁRBOL DE LOS FRUTOS MARAVILLOSOS

El pueblo se encontraba aislado en lo más profundo del bosque mas perdido de los bosques que existen en la Tierra. Su historia era triste enfermedades, inundaciones, hambre y desolación. Generaciones y generaciones de desgraciados que se habían resignado a sufrir y habían olvidado el significado de la palabra luchar.
Un jardinero decidió poner fin a esta situación y armándose de valor, siguiendo las indicaciones del mas viejo del pueblo, se fue a buscar al hechicero al pantano de los esqueletos. El nombre de este humedal se debía a que todo el que pasaba por allí era mordido o picado mortalmente por las muchas arañas, serpientes y demás seres venenosos que allí habitaban.
Al cabo de unos días lo encontró con mucho esfuerzo. El hechicero lo recibió con los brazos abiertos, ya que era el primer ser humano que llegaba allí desde hacía 50 años, y atendió gentilmente su demanda.

El jardinero se quedó a vivir con el hechicero con la condición de ayudarle en todo lo que le pidiese. Cuando pasó una semana el hechicero, conociendo su valor y arrojo, le prometió solucionar los problemas de los pobres habitantes de su pueblo. Pero para conseguirlo debía traerle tres cosas: unas estrellas del nocturno cielo, el polvo de la brisa marina que se deposita en la playa de la fortuna, y dos diamantes en bruto procedentes de las minas del Rey Salomón.

Tuvo que volar con una escoba a contraviento, se mantuvo con víveres cargados en su mochila hasta que dos águilas enfurecidas en una noche endemoniada le fueron a atacar al mismo tiempo. Más ya aprendió el jardinero del hechicero, en aquella semana que estuvo con él, alguna brujería necesaria para manipularlas así que les mandó con una varita mágica, que le proporcionó el hechicero, que capturaran algo para comer.

Tras la comida les entró sueño y se fueron a dormir entre dos montañas gigantescas. Al llegar el día volvieron a comer la comida que había sobrado y un poco de víveres que él llevaba en la mochila. Reiniciaron el viaje volador.
El viento era huracanado por lo que el jardinero empleó de nuevo la varita mágica para impulsar la escoba a velocidad del relámpago. De este modo por fin llegaron a la playa de la fortuna. De la mochila tomo dos sacos. Cogió las estrellas de la noche y las metió en uno de los sacos y en otro guardó el polvo de la brisa marina que había en la playa. Se encaminaron cargados a la casa del hechicero, pero antes pasaron por las minas y cogieron dos de los miles de diamantes que allí se encontraban.
En su vuelta tuvieron algún que otro contratiempo que gracias a la ayuda de las águilas y a la preciada conjunción mágica de la varita con la escoba pudieron esquivar todas las adversidades y sobrevivir.

Al llegar el jardinero entregó los sacos al hechicero y éste cumplió su palabra vació los sacos en una gran olla. Removió el contenido con una enorme vara y añadió unas cenizas, recogidas tiempo atrás de la cueva maldita, cenizas de los restos del dragón blaugrana. Cuando todo estuvo a punto pronunció las palabras “Agua de serpiente marina con sanguijuela, manifiéstate” y al instante se produjo una gran explosión que indicaba que ya estaba lista la pócima.
Pócima que era la de la fortuna y del amor que quien la bebiera tendría siempre suerte en la vida y en el amor. Juntos los dos hombres se dirigieron al pueblo y dieron a probar el mágico elixir a los primeros que se acercaron y tal como se esperaba funcionó. También la probaron el hechicero y el jardinero y como veían que se iba agotando el preciado líquido, con su varita mágica hizo un conjuro para que no se terminara de tal modo que por las noches se volvía a llenar la olla.
Por último el hechicero regó con el líquido maravilloso un gran árbol que había en el centro del pueblo, al poco tiempo el árbol adquirió unos colores fluorescentes e hipnotizadores que sólo con dirigir la mirada hacían feliz al que lo había hecho, también le aparecieron unos frutos que al que los comiese le daría la vida eterna. Así que desde ese día la gente de este pueblo viviría sin problemas de suerte y de amor por siempre.

Sergio Boza Batista.