Hace dos semanas escribí un artículo sobre el mar y todos sus efectos positivos sobre nuestr
a persona. Hoy quiero completar los artículos sobre la naturaleza y la relajación escribiendo sobre la montaña, que tienes propiedades como el mar perfectamente positivas sobre el cuerpo humano y todos sus elementos. La montaña posibilita una relajación especial que no tiene el mar. Es más propicia para la soledad, para la tranquilidad de espíritu, para concienciarse sobre uno mismo y las propias posibilidades.

Yo siempre que puedo me voy unos días a Arcos de la Frontera, un paraíso natural. Me imagino ahora que escribo en la inmensa peña sobre la que se asienta el pueblo y recuerdo los muchos buenos momentos vividos en ella. Miro desde arriba y me siento pequeño, minimizado, como una sola porción más de la naturaleza. Esa inmensa montaña te recuerda lo poco que somos, lo liviana que es la existencia, lo ligero que pasa todo y cómo todo pasa, pero ella permanece inalterable. Desde arriba el mundo parece un juego de niños con los coches como si fueran de juguete y las personas son hormiguitas que no nos pueden hacer ningún daño.

Desde el mirador de la peña veo volar los pájaros y parecen más libres que nunca, muy diferentes a la ciudad. Esos pájaros me acompañan durante todo el camino y me dan una fuerza especial. Las plantas crecen para mí como si fueran fruto de un milagro, de algo totalmente especial y que me recuerda que yo soy yo mismo y todas mis circunstancias, entre ellas la de un hombre existencial, o una existencia humana con capacidad para hacer miles de cosas nuevas.
Quiero homenajear desde aquí al pueblo de Arcos. Pero no sólo la montaña de Arcos me ha proporcionado placeres i
nmensos. También otros muchos sitios de perfil parecido. Recuerdo ahora a Aracena y su Gruta de las Maravillas, un orgullo de la naturaleza donde uno se siente extranjero en principio hasta que va entrando poco a poco por esa oscuridad y va viendo infinidad de formas diversas que parecen un juego natural, algo que nos invita a divertirnos, a sentirnos más niños de lo que ya somos o el niño que fuimos. Algo parecido. Después subimos al castillo y correteamos por el césped inmenso que allí hay. Desde allí se divisa todo el pueblo y nos volvemos a sentir pequeñitos, humildemente humanos.

Recuerdo también a Torrox, adonde me llevó el enamoramiento de un mujer. Allí sentí una felicidad inmensa, como en Cómpeta. Dos pueblos de montaña llenos de singularidades especiales donde el hombre viaja como un caminante sin destino. Me hice numerosas fotos que cuando las miro me producen una sensación de felicidad inmensa por haber pisado sitios tan hermosos y llenos de todo lo mejor.
Hay numerosos sitios que me recuerdan la importancia que tiene la montaña para mí. Recuerdo ahora a Navacerrada. Tuve la suerte de ver nevar allí en una excursión con 13 años. La nieve blanca me producía una felicidad intensa y unas ganas de jugar enormes. Corría el año 1975 y yo iba dejando definitivamente la infancia atrás. Pero allí yo era un niño todavía y sentía un vértigo infinito
deslizándome por la nieve desde lo más alto.

En la montaña te preguntas qué fuiste en otra vida si existe eso de las vidas distintas. Te relajas tanto que empiezas a plantearte cosas distintas sobre la vida y todo lo que ésta significa. Estando solo voluntariamente la soledad se convierte en algo positivo y enriquecedor. No es la soledad dañina que tanto destrozo hace en el alma. Es una soledad positiva que te permite estar más cerca de ti mismo, que te produce una emoción muy especial que te hace más persona. En la montaña es fácil soñar, pero soñar positivamente. Los sueños se multiplican mecidos por el aire fresco que todo lo barre. Y en la montaña tiene uno la sensación de poder volar. El deseo de dar un salto y volar, sentirse como uno de esos pájaros de Arcos que revolotean la peña y son absolutamente libres.

En la montaña te sientes mejor persona porque estás más relajado. No eres el ogro cotidiano que hace daño por hacerlo. Eres una persona con corazón, con emociones nuevas, con sensaciones diferentes a las de la ciudad. En la montaña nadie te molesta, no hay bullas, no hay masificación, es un lugar propicio para sentirse persona. En la montaña no miramos el reloj porque no se siente la prisa. El tiempo pasa al ritmo de la naturaleza no al ritmo del reloj. El reloj no importa en la montaña. El tiempo tiene otras ma
nifestaciones muy diferentes a las habituales en la ciudad. En la urbe el tiempo es prisa. En la montaña el tiempo es pausa.

Podría describir más lugares que he conocido, pero creo que es bastante con lo que he escrito. Hay decenas de lugares bellísimos que tienen que ver con la montaña. Es un tesoro inagotable. Tiene un valor incalculable desde el punto de vista emocional. Los sentidos se sienten sacudidos en la montaña hasta límites insospechados, hasta el extremo de convertirnos en otra persona el tiempo que permanecemos en ella. Yo os invito a que vayáis a ella y os dejéis llevar por todos sus encantos. Sentiréis la libertad maravillosa que sólo te da la montaña. Ésta es la hermosura hecha realidad, la posibilidad de disfrutar hecha verdad dentro de nosotros mismos. Si vais a la montaña contadme cómo os sentís y el cambio que ella ha operado en vosotros. Sed felices y dad gracias a la vida por tanta belleza y tanto gozo.
José Cuadrado Morales
Es verdad, te siente diferente y mas relajado, se pasa el tiempo y no sabe qe dia es, ni qe hora es,
ResponderEliminareso es sentirse una persona de pueblos con montañas.Yo me siento como en la selva.