viernes, 14 de junio de 2019

VIRGINIA

Todos, en mayor o menor medida, nos fraguamos a lo largo de la vida algún amor platónico, uno de esos amores que no se concretan en la realidad, que se quedan en los límites inabarcables de la imaginación donde todo es posible según la fantasía de cada cual.
Los escritores no somos menos. Yo me he fabricado amores platónicos con frecuencia para mis escritos. Por ejemplo en la trilogía titulada Monólogo en clave neurótica me he fabricado sobre todo dos amores platónicos, Jimena y Luna. María Dolores es un amor real. Los otros sirven para dar rienda suelta a muchas emociones, que se sienten completamente libres y no están limitadas por la dichosa realidad.
Jimena y Luna son dos de los amores considerados como reales por Leocadio Gómez Encías, que al ser mi alter ego son mis propios amores.
Yo, como José Cuadrado Morales, también he tenido mis propios amores platónicos a lo largo de mi vida. Me he fijado en mujeres concretas a las que he atribuido cualidades sin fin, una belleza maravillosa, multitud de posibilidades que hace que no parezcan de este mundo porque las relaciones de pareja están llenas de conflictos, de diferencias, de problemas, etc.
Frente a ese mundo real está el mundo irreal donde creamos a nuestras mujeres ideales, salpicadas de virtudes infinitas. Recuerdo a una tal Mari Carmen de mi infancia, de cuando yo tenía 11 años más o menos. Para mí era la mujer perfecta y no hablaba nunca con ella. Era un amor perfecto. Es decir, era un amor platónico.
Después ha habido otros amores platónicos como Rosa María, Salud, Sara. Mujeres de carne y hueso que me han hecho muy felices sin ellas saberlo. Los amores platónicos son como amores invisibles, amores que no pueden ser reales porque se romperían como finas copas de cristal. Los amores platónicos permanecen en el alma de quien los siente. Yo los he tenido y no he dado ningún paso para su realización por cobardía y también por miedo a perder la perfección del mundo ideal.
Últimamente un amigo me ha dicho con frecuencia que tengo que salir más, que no puedo estar siempre encerrado en casa con mis libros, la televisión y el resto de cosas que componen mi vida.
Me dice que no sólo tengo que salir para mis obligaciones, sino también para pasármelo bien.
Me ha insistido en que salga con su grupo de amigos y amigas. Y me ha hablado de mujeres que para él le merecen mucho la pena.
En concreto me ha insistido mucho en una chica llamada Virginia. Me ha contado tantas maravillas de ella que la he idealizado, la he convertido de mi nuevo amor platónico y aún no sé ni siquiera cuál es su cara, cómo es su cuerpo, cuáles son sus virtudes reales, cuáles son sus defectos, etc.
Tengo ilusión por salir con el grupo de amigos por verla, por conocerla, aunque me da miedo que se pueda descomponer mi amor platónico, que es algo que suele suceder.
Virginia representa ahora para mí la perfección, algo maravilloso que me aliviaría la soledad, me llenaría de emociones nuevas y compartiríamos mis gustos literarios, mis libros en concreto, todos nuestros mundos paralelos.
Todo es una suposición porque la realidad puede ser muy distinta. Temo enfrentarme a ella y encontrarme a una Virginia muy distinta, que pueda ser una mujer basta y sin modales, sin todos los calificativos que le ha atribuido mi amigo.
No creo que él mienta, pero mi imaginación produce a toda velocidad. Virginia está llena de virtudes y me da miedo enfrentarme a la realidad, a la dichosa realidad que tantos castillos de naipes imaginativos tira sin piedad al suelo.

No sé si saldré con los amigos, no sé si conoceré a Virginia, pero a mí me basta de momento con su amor platónico. No necesito nada más. Me imagino saliendo con ella, relacionándome íntimamente, compartiendo muchas maravillas juntos y sin miedo en absoluto.
Virginia no sabe nada de mí. Bueno: sabe lo que mi amigo le ha contado, que son todas cosas buenas. No sé si ellas las creerá o habrá pensado que seguro que nuestro amigo común exagera y soy en realidad muy distinto a como me han pintado.
Ya os contaré si la relación se concreta. Si el amor platónico pasa a un amor real. Si conozco a Virginia y le doy ese primer beso de pasión en la mejilla. Quién sabe qué puede ocurrir. No quiero ser un cobarde, pero también tengo miedo de mis muchos fracasos y no quiero volver a caer en la tentación.
Me animo a mí mismo y me doy fuerzas para conocer a Virginia. Mientras tanto nadie me quitará que sea mi hermoso y último hasta el momento amor platónico. Salud y suerte.


José Cuadrado Morales



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