jueves, 14 de marzo de 2019

SI A LA VIDA

Se cumple ahora fecha del suicidio del amigo al que dediqué dos artículos con el título “La muerte de un amigo”. Sigo pensando lo mismo que dije en su momento. El paso del tiempo y el dolor padecido no me han hecho cambiar de opinión. Pueden consultar ambos artículos.
Yo creo que los enfermos nerviosos deben de tener mucho respeto por sí mismos. Defenderse de la enfermedad con todo el coraje del mundo, con toda la fuerza y no añadir más sufrimiento al que ya trae consigo la enfermedad. Es decir, debe de decir que sí a la vida, a todo lo bueno que la vida tiene, a todo lo extraordinario que conlleva. Decir un SÍ muy grande a la vida con todas las fuerzas del mundo.
Hace años, muchos ya afortunadamente, yo también me autolesionaba. Nunca llegué al intento de suicidio, pero sí me hacía daño físicamente. Me cortaba con cuchillos los brazos, me echaba sal en las heridas, me lanzaba cuesta abajo a toda velocidad en una bicicleta hasta que me caía, etc. Eran actos autodestructivos, destinados a causarme dolor, pero nunca la muerte.
Era añadir sufrimiento a la enfermedad que ya padecía. Era muy triste. Yo no era consciente todavía de lo absurdo que era toda aquella situación. Afortunadamente ahora he llegado a un punto en que considero indigno el daño que me infligí. Nunca volveré a hacerme daño físico. Tengo bastante con el daño espiritual o emocional o nervioso. Como queráis llamarlo. Ya es mucho el sufrimiento espiritual que padezco, las crisis de ansiedad, las crisis de angustia, todo el dolor acumulado que tiene también mucho de absurdo. Hay que decir stop a todo el padecimiento físico porque ya se sufre también físicamente con el dolor espiritual porque el cuerpo lo refleja todo.
Recuerdo a mi amigo y a su momento de suicidio. Y me recuerdo a mí mismo en mis rituales de masoquismo que sólo me conducían a más dolor. Me arrepiento profundamente de ello. Es una de las cosas de las que más me arrepiento en mi vida. Y yo suelo ser bastante tozudo. Pero aquí soy tremendamente flexible y me pido perdón a mí mismo por haberme hecho por ejemplo cortes en los brazos por los que salía una sangre que era mía y que era símbolo del sufrimiento que estaba padeciendo y del absurdo tan tremendo que estaba realizando.
Lo mismo puedo decir de la dipsomanía. Yo bebía mucho alcohol. Muchas copas de anís, de coñac o de sol y sombra. Hasta que llegó el momento en que me hicieron una ecografía de abdomen y pelvis y detectaron unas anomalías en el hígado y el médico me dijo que yo bebía mucho y que si seguía así era bastante probable que tuviera una muerte joven. Entonces un día 14 de febrero de hace un montón de años me tomé la última copa de anís y decidí radicalmente dejar de beber. Y lo he cumplido desde entonces: no he vuelto a tomar alcohol. Ojalá siempre en mi vida hubiera tenido la misma voluntad en todo que en esto de no tomar alcohol. El alcohol pudo llevarme a la tumba antes de tiempo. Yo le puse freno a ese proceso de autodestrucción.
Porque se trata de eso: de autodestrucción, como los cortes en los brazos con sal en las heridas como si fuera un Jesucristo moderno padeciendo la Pasión. Yo no soy ningún Jesucristo, sólo soy un hombre que vive como mejor puede con una enfermedad nerviosa bastante fastidiosa que me causa un enorme dolor. Con ese dolor tengo bastante. No necesito nada más.
Otra cosa que hacía yo hace muchos años era pasear por los pretiles de las azoteas, jugándome la vida porque podía caerme al vacío. De hecho una vez me caí, pero tuve la suerte de caer del lado de la azotea no del lado de la calle. Y lo dejé porque vi la muerte muy cerca y sentí realmente mucho miedo. Miedo de morir. Me di cuenta una vez más del absurdo del sufrimiento físico, de las torturas a las que me sometía, de las lesiones que me provocaba. Era absurdo. Tenía que protegerme de la enfermedad nerviosa con amor, con cariño, no con más dolor todavía. Pero tenía aún que pasar mucho tiempo para darme cuenta del todo.
Yo era capaz de masticar cristales. Por increíble que parezca nunca llegué a tener ninguna lesión con esta macabra práctica. Lo hacía a solas y a veces en público. Podría parecer una práctica de fakir, pero yo no soy un fakir, soy un hombre con un problema concreto que tengo que solucionar por las buenas y no consigo nada haciéndome daño en absoluto. Tengo que quererme más. Tenemos que querernos más todos los enfermos nerviosos. Tenemos que decir un gran SÍ a la vida. Un sí a la vida que se escuche hasta en el último rincón de la Tierra. Un sí que llegue hasta los confines del Universo. Un sí auténtico, no una pantomima, una mentira más que añadir a todas las mentiras que rodean a la enfermedad nerviosa. Dios mío: fuera tanto sufrimiento, tanto dolor, tanta saturación de problemas que vienen y problemas que se crean.
Hay que reducir el número de suicidios. Toda la Sanidad Pública tiene que hacer lo máximo posible para que se produzca la menor cantidad posible de actitudes lesivas. No es justo. Y es ABSURDO. ¿Cómo se puede arreglar el dolor con más dolor? ¿Cómo se puede creer que cortándose los brazos con una cuchilla de afeitar se puede llegar a una paz tremenda? Yo llegaba a la paz que me daba el dolor, pero también llamaba la atención de los demás, es decir, buscaba afecto de una forma equivocada. Muchos intentos de suicidio no son más que formas de llamar la atención sobre la propia persona porque la soledad es inmensa, el sufrimiento es enorme y no hay soluciones o no se ven soluciones por ninguna parte. El suicidio como teatro para llamar la atención, para atraer la mirada piadosa de los demás para que nos ayuden y nos den un amor forzado y muchas veces falso, que no sirve en realidad para nada y que al final se vicia y lo empapa todo de una pestilente sensibilidad completamente falsa.
No hay que suicidarse. No hay que autolesionarse. No hay ni siquiera que llorar porque las lágrimas acaban ahogando el alma y ésta también tiene su límite de sufrimientos. Hay que defenderse uno mismo del dolor, de la angustia, de la ansiedad, de la depresión, de la esquizofrenia, de la psicosis, de cualquier enfermedad nerviosa. Mucho dolor ya como para necesitar más dolor aún. Tenemos que huir del absurdo y no dejarnos torpedear por nosotros mismos como si fuéramos submarinos de angustia, barcos que se van a hundir de todas las manera tarde o temprano. Mejor tarde que temprano, ¿no es cierto? Mejor poner todas nuestras fuerzas al servicio de nuestra salvación , de nuestra redención, de mirar por nosotros mismos porque somos lo único que tenemos para vivir: nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra sensibilidad, nuestro cerebro. Ésas son nuestras armas. Y tenemos que cuidarlas para que nuestra totalidad no sea víctima del padecimiento físico añadido. Lejos todo suicidio, lejos toda autolesión. Bienvenida la esperanza a nuestras vidas y viva la salvación de todo lo bueno que nos queda, que es mucho.
Tenemos que hacer todo lo posible por decir que sí a la vida. La vida es lo único que tenemos para vivir. No hay más. Y la vida de todas las maneras termina. ¿Para qué meter prisa? ¿Por qué no defender nuestras existencia hasta sus últimas consecuencias? Grito a Dios para que me oiga y me libere de toda tentación de hacerme daño, de proporcionarme más dolor del que ya experimento. Debo salvarme. Estoy en el mundo para salvarme, para darme lo mejor de todo, para hacer lo posible por salir adelante con la mayor dignidad posible, con la mayor voluntad posible que nos vaya rescatando del día a día, de la rutina que proporciona frustración y otras emociones negativas. Es una labor hermosa y tenemos que hacerla con pleno convencimiento y no dejarnos arrastrar por la pereza ni por ninguna emoción negativa. Tenemos que ser fuertes y no caer en la tentación de decir y de hacer no a la vida. Al contrario: SÍ a la vida, siempre sí. Es lo que tenemos y no debemos cometer el pecado humano de arrasarla y convertirla en una masa informe que no sirve para nada. Tengamos dignidad, tengamos amor por nosotros mismos. Digamos SÍ a la vida siempre, no lo que hizo el amigo que se suicidó. ¿Dónde estará ahora? Perdido en algún lugar de la nada. Perdido y muerto. Curó su enfermedad con la muerte. Mató la enfermedad matándose a sí mismo. Absurdo. Fuera el absurdo de nuestras existencias. Sólo un sencillo sí a la vida. Salud y suerte.



José Cuadrado Morales

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy deacuerdo contigo en que se sufre mucho con esta enfermedad y que llega momentos en que es desesperante. Yo tambien me he autolesionado y me arrepiento de ello. Todo en la vida tiene solucion y si no la tiene tambien es una solucion.Yo tambien pienso que la vida es maravillosa.
YFC

Anónimo dijo...

Querido anónimo: gracias por tu comentario. Hay mucho sufrimiento sí y muchas veces nos autolesionamos. Siento que haya sido tu caso. Me resulta curioso que la falta de solución sea también una solución. Es una actitud muy positiva. Y sin duda la vida es maravillosa. Hay que cuidarla y protegerla lo máximo posible. Un saludo. José Cuadrado Morales.