lunes, 26 de febrero de 2018

CALLEJEANDO

Hemos sobrevivido con dignidad a otro fin de semana, que no ha estado del todo mal.
El sábado fue el día peor de los dos. Por la mañana lo dediqué a hacer las faenas domésticas, preferentemente el lavado de ropa, que tenía mucha acumulada. El tiempo acompañó y pude hacer todo lo que tenía previsto.
Avancé por la tarde a primera hora un poquito más en la escritura de mi novela, la segunda parte del Monólogo en clave neurótica, que aún no tiene título decidido. Estoy pensando entre dos.
Después de eso me entró un muermo terrible y me tuve que sentar en mi sillón azul y allí estuve amodorrado hasta que me acosté temprano. Fue una tarde muy tonta.
El domingo fue mejor fundamentalmente porque ganó el Sevilla y eso es algo que me levanta sobremanera el ánimo. Terminé de escribir mi novela y vi una película en la tele: En la boda de mi hermana. Me acosté también temprano y he dormido siete horas seguidas, todo un récord para mí.
He estado pensando este fin de semana mucho en otros tiempos en los que yo salía mucho de casa y callejeaba bastante. Me iba por muchos sitios, conocía gente, andaba mucho, hacía ejercicio y me lo pasaba muy bien.
Siempre decía que para conocer una ciudad a fondo había que perderse en ella y la mejor manera era callejeando.

Eso lo descubrí por primera vez cuando fui a Madrid en viaje de fin de curso de la E.G.B. en 1975. Yo solo agarré y me perdí por Madrid. Conocí un montón de sitios hasta que me perdí de verdad y me agobié. Estuve dos horas totalmente desorientado. Hasta que tuve que preguntar y me dijeron dónde estaba la Plaza de España, que era mi centro de operaciones, el punto de partida del que yo siempre arrancaba para todas mis correrías.
Y resulta que me dijeron que estaba a cinco minutos de la Plaza de España. Estaba muy cerca del Palacio Real y en consecuencia de la Plaza de España. Fue una primera consecuencia negativa del callejear: el extraviarse.
He vuelto a Madrid muchas veces como saben mis lectores habituales. Y siempre he hecho lo mismo: me sitúo en la Plaza de España y desde allí tiro para una u otra parte. De vez en cuando tiro para un sitio nuevo y me pierdo y así voy descubriendo monumentos, estatuas, placas conmemorativas y diferentes asuntos recordatorios.
A veces callejear es duro porque se anda mucho. Recuerdo que una vez en Madrid anduve seguidos el Paseo de Recoletos y el Paseo de la Castellana hasta la Plaza de Castilla. Fueron varios kilómetros. Acabé exhausto. Pocas veces en mi vida me he cansado tanto como andando esos dos Paseos. Vi el estadio del Real Madrid, impresionante. Pero más impresionante era mi cansancio.
Eso me ha pasado más veces en Madrid porque allí las distancias son muy largas y se cansa uno más.
En Sevilla es distinto. Las distancias son más cortas. Y en Sevilla he utilizado el callejear para escribir muchos de mis libros: iba con mi libreta de escritura de bolsillo y mi bolígrafo mientras caminaba y me paraba en diversos sitios para escribir las ideas que se me iban ocurriendo. Y así han ido saliendo muchos libros que se han ido publicando en años sucesivos.
Ahora me paso mucho tiempo metido en casa. Es consecuencia de mi condición neurótica, el estar encerrado en casa. Tengo que recuperar mis ganas de callejear, que en cierta manera es recuperar mis ganas de vivir.
Callejeando he conocido a algunas de mis novias porque iba a muchos bares, cines, teatros, etc. y conocía gente. Intimábamos y surgía la relación. Ahora que estoy metido en casa la mayor parte del tiempo no puedo conocer a nadie. Gracias a formar parte de la Ura puedo conocer gente si no estaría totalmente aislado y eso no es bueno, aunque hay ermitaños que viven permanentemente solos en las montañas alejados de todo signo de civilización.
Yo no quiero ser un ermitaño aunque lleve una vida de tal. Y no estoy incómodo, lo reconozco. Estoy compensando una vida de salir mucho y alternar más todavía. De todas formas yo voy a Madrid todos los años. Paso cuatro días muy bonitos que me recargan para todo el año. De vez en cuando voy a otras localidades y me distraigo. Pero siempre solo.
De vez en cuando voy con mi hijo, que va a cumplir 28 años, con quien mantengo una extraordinaria relación a pesar de mi divorcio. Estoy contento de la relación que mantengo con mi hijo. Es una de las cosas más importantes de mi divorcio.
Cuando viajo para callejear en otros lugares lo suelo hacer en tren porque el avión me da mucho miedo. Lo he intentado varios veces pero no he podido vencer el miedo a volar. El tren me encanta, ver el paisaje por la ventanilla me llena de relajación y de belleza.
Callejear es muy bueno también para hacer gimnasia. Se pone en actividad todo el cuerpo, se ejercitan todos los músculos, las piernas se ponen muy fuertes y los brazos. Yo estaba mejor físicamente cuando callejeaba. Ahora estoy más gordo y más fofo. Tengo que mejorar mi cuerpo, para lo cual necesito volver al callejeo. A ver si soy capaz de vencer mis miedos neuróticos y camino ampliamente por mi ciudad favorita, Sevilla. Mi segunda ciudad es Madrid.
Callejear es como un gimnasio gratuito. No te gastas un céntimo y haces mucho ejercicio. Me lo recomendaron varios médicos, así que no es que lo diga yo por capricho. Tengo que poner más voluntad también que es fundamental para todo. Sin voluntad no hay progresos ni conquistas.
He callejeado otras veces con amigos que han hecho más ameno el paseo. Es una forma pues de hacer amistad, de intimar, de estrechar relaciones con otras personas. Se habla, se comentan cosas, se intima. Es bueno conversar y enriquecerse. No todo el mundo debe girar en torno a uno mismo. El mundo es mucho más ancho que todo lo que cabe dentro de uno mismo. Hay que salir en el más amplio sentido de la palabra. Salir de las cuatro paredes y salir de uno mismo. Callejear en ese sentido es muy bueno psicológicamente.
Me lo han recomendado diversos psiquiatras y a veces les hago caso. Otras puede más mi inclinación neurótica a encerrarme en casa. Deseo que llegue el momento de meterme en casa y no salir. Me comunico con el mundo por whatsapps, que es una forma muy bonita de relacionarse dicho sea de paso.
Yo tengo muchos amigos por whatsapps. Es un callejeo informático como yo lo llamo. Informático o tecnológico. Son pequeñas cartas electrónicas que permiten una rápida y profunda comunicación con los demás.
Hay más formas de callejeo pero lo esencial queda dicho ya.
Invito a todos al callejeo, a recorrer las calles, a conocer las ciudades a fondo, a conocer el alma humana.
Sea por caminar y por todo el esfuerzo físico que supone y lo bueno que resulta para la salud. Salud, precisamente, y suerte.

José Cuadrado Morales

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