viernes, 15 de diciembre de 2017

EL PASO Y EL PESO DE LA EXISTENCIA

Por fin es San Lunes. La mayoría le pone velas a San Viernes, pero yo soy más devoto de San Lunes. Queda atrás otro fin de semana, aunque éste no ha sido tan malo como otros anteriores. Al contrario: me he levantado peor hoy. Con esto de la enfermedad de nervios no hay dos malditos días iguales y vive uno en una continua montaña rusa con subidas y bajadas terribles, peores que las que se dan en esa atracción.
Pero he salido indemne del sábado y el domingo a base de lectura, televisión y tareas domésticas. Estoy fuerte para empezar la semana, aunque algo debilitado por el tute que me ha dado la ansiedad desde las 3.30 de la madrugada aproximadamente. Pero no ha podido conmigo. Una vez más yo la he derrotado a ella.
Esto forma parte del peso de mi existencia. Tengo que cargar con él probablemente toda la vida, ayudado por medicinas y apoyos psicológicos para que el trastorno no vaya a más. Supongo que por alguna ley no escrita esto tiene que ser así. Quizás sea simplemente fatalismo. No estoy seguro.

Al escribir sobre el peso de la existencia lo primero que  me viene a la cabeza son unas sevillanas muy conocidas. Una de las líneas dice: “Pasa la vida,/pasa la vida./Pasa la vida/y no has notado que has vivido/cuando pasa la vida/y no has notado que has vivido /cuando pasa la vida”. A veces yo también tengo esa sensación de no pasar, o lo que es lo mismo: de pasar tan deprisa que no me entero de nada, que no sé exactamente si estoy viviendo algo o es todo un espejismo, una burla de Dios o un vacío disfrazado de existencialismo.
El estribillo de la sevillana dice: “Pasa la vida,/ igual que pasa la corriente/del río cuando busca el mar, / y yo camino indiferente allí donde me quieran llevar”. Yo a veces también me siento un ser mecido por la existencia, que va de un lado a otro como las aguas de un río que al final terminará de seguro en la muerte, en el mar de la muerte.
Ya decía el clásico Jorge Manrique” que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir. Allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir”. La muerte igualadora no tiene compasión con nadie.
Afortunadamente. La muerte no entiende de dineros, estratos sociales o cosas similares. Sencillamente estamos todos señalados y tenemos un día para morir. Hay una película de la saga de James Bond que dice que “ Sólo se vive dos veces”. Me temo que no es muy cierto esto. Sólo se vive una vez. Concluido el tiempo todo acaba. Cae sobre nosotros definitivamente el telón del paso del tiempo y hacemos mutis por el foro hacia la eternidad.
Quizás sea mejor así. Debe de ser muy duro vivir eternamente en la Tierra, arrastrar siempre el peso de la existencia como el preso sus cadenas. Es mejor considerarlo todo como dice un amigo mío: la vida es la constante antesala de la muerte. El final está ya marcado y tenemos que morir en una fecha concreta, que afortunadamente desconocemos. Sería terrible saber en qué fecha exacta vamos a morir. Es mucho mejor desconocerlo, pero como seres racionales sabemos que esto del vivir tiene un final. Por eso también es un peso la existencia: porque sabemos que tiene un punto y final. Que todo en un punto se es ido y acabado como dice el clásico. 

Así es la vida. Y afortunadamente esto no lo rebato. La vida pasa, continuamente, como el río cuando busca el mar. Siempre el agua en movimiento, siempre pasando continuamente. La vida es un continuo trasiego, un continuo paso, un permanente transcurrir desde el punto de partida hasta el momento del fallecimiento. Sin pausa posible. Incluso en estado de coma estamos viviendo. Mientras no sobrevenga la muerte física no podemos decir que el peso de la existencia ha dejado de cargar nuestros hombros. Que el paso de la existencia ha concluido definitivamente.
Decía Schopenhauer, el gran filósofo, que el hombre es un ser para la muerte. Los existencialistas decían mejor que el hombre es un ser para la angustia. Bueno: digamos que la vida tiene un montón de angustia, entre ella la consciencia de la finalización de la existencia. El hombre es un ser para la muerte. Es puro y absoluto fatalismo. Es indiscutible. No se puede hacer nada y esto puede generar impotencia y puede justificar muchos suicidios. Paradójicamente saber que vamos a morir no nos motiva muchas veces para aprovechar el tiempo en entretenimientos felices sino que nos acercamos a la muerte antes de tiempo gracias al suicidio. El suicidio es un final anticipado, pero si nuestra vida está premeditada del todo el suicidio no es ninguna anticipación: es el final previsto en nuestra carta astral, por decirlo de una manera que se entienda bien.
La vida hay que llevarla con la mayor dignidad posible porque es muy difícil vivir sabiendo que el paso de la existencia concluye. Que todo cuanto hacemos concluye con la muerte. Soportamos el peso de la conciencia como una carga íntima e inseparable porque la mente va con nosotros a todas partes y en todas partes los pensamientos acuden a nosotros con rapidez vertiginosa. No sé cómo los pensadores, lo que hacen del pensamiento una profesión, no se vuelven locos por hacer del pensamiento su medio de vida. La reflexión excesiva puede provocar ansiedad, depresión y muchos problemas psiquiátricos. Ya escribía Manuel Machado esos versos tan bonitos: “Para no sufrir no pensar, /para descansar morir”. Manuel Machado equipara el pensamiento al sufrimiento y el descanso a la muerte. Yo defiendo en muchos momentos la muerte del pensamiento como método de supervivencia. Por eso ya escribí en otro artículo que he llegado la hartazgo del pensamiento, además del hartazgo de mi propia enfermedad.
Eso me pasa muchas veces los fines de semana: que pienso demasiado. Que estoy solo y le doy demasiado al tarro. El cerebro se convierte en un juego de pensamientos. Y estos pensamientos a veces nos manejan más de lo que nosotros los manejamos a ellos. Existe esa eterna dualidad entre la reflexión y el pasotismo. Sin términos medios. O se piensa o no se piensa. Porque en el pensar está muchas veces el peso excesivo de la existencia que hacen que el paso de la misma sea más un martirio que una experiencia placentera.
El paso de la existencia nos descubre día a día el peso de nuestra infinita ignorancia. Anoche estuve viendo un programa musical especializado y me di cuenta de que no sé nada en realidad de música. Simplemente escucho algo y me gusta o no me gusta y ya está. Pero a la hora de profundizar en los cantantes o en los grupos que ha habido en la Historia del pop, del rock o del britpop del que hablaba el programa realmente no sabemos nada. Yo me quedé asombrado del peso de mi ignorancia, de que el paso por la existencia sólo te garantiza la adquisición de un número muy limitado de conocimientos. Esa limitación puede llevarse con sufrimiento o con resignación. El caso es que el paso por la vida es fugaz. Es una estrella fugaz en la eternidad del Universo, que está por ver también que sea eterno o también está programado su final.
Internet, por ejemplo, ha convertido el mundo más que ningún otro medio en una aldea global. Todo se ha generalizado. La información es cada vez más inmediata y no podemos hacer nada para evitarla. Tendríamos que irnos a una cueva en las montañas para alejarnos de toda fuente de información para experimentar la verdadera soledad. Pero el peso de la información es tanto que carga nuestra existencia, la lastra hasta el  límite y acabamos hastiados, aburridos de tantas noticias, de tantos puntos de vista diferentes, de tanta variedad de todo. El paso de cada existencia es como una pequeña noticia en mitad de la nada o una parte minúscula de un todo global que tiende siempre al exterminio. Un trocito de la aldea global de Marshall McLuhan, el maestro de los mass media, de los medios de comunicación de masas. Ya él predijo la creación de una aldea global que se ha hecho realidad con internet. Cualquier noticia que se produzca en cualquier lugar del mundo es conocida de inmediato en todo el planeta. Nuestro paso por la existencia se ha convertido en un exceso de información que no podemos procesar por completo y con verdadera objetividad. Esa información es un peso sobre nuestros hombros de comunicadores muy grande. Pero yo considero que las consciencia de la muerte tiene más peso en la creación de la angustia que el exceso de comunicación.
Sea como sea vivir es una tarea dura, que podemos retocar con pinceladas de felicidad para aligerarlo todo un poquito. La felicidad podría ser una parada de la angustia, un stop en la disputada ruta de la ansiedad. Otros, más optimistas, piensan que es la angustia la parada de la felicidad. Que lo que predomina es ésta. Algo así como que el hombre es un ser para la felicidad. Podría haberlo dicho muy bien Rousseau.
A lo largo de la vida hay muchos pesos, entre ellos el peso de la enfermedad. Esto añade más dolor si cabe al paso de la existencia. Hay toda clase de enfermedades. Son como pruebas que nos pone la vida y que, desde el fatalismo, las consideramos absurdas porque si hay que morirse, ¿para qué enfermar? ¿Por qué no morir directamente sin más padecimientos? Imagino que ése es el fin de la medicina: curar todas las enfermedades para hacer más placentera la vida. El paso de la existencia se liberaría del peso de la enfermedad y todo sería más llevadero.
Como éste podríamos poner muchos ejemplos, pero creo que es el más ilustrativo. La enfermedad tiene un peso muy importante en nuestras vidas. Depende de la naturaleza de cada cual, como dependen otras muchas cosas.
Podría poner muchas más ilustraciones que demuestren lo que es el peso y el paso de la existencia, pero creo que por hoy está ya bien. Hay suficientes temas para reflexionar. Esto no es malo en sí mismo, pero la reflexión excesiva puede llevar a la locura. Podemos preguntar por ejemplo a Nietzche. Filosofó a martillazos y acabó perdiendo la razón.
Creo que es necesario poner punto y final al artículo con el mensaje optimista de que la muerte no tiene sentido ninguno sin la vida. Vivimos un tiempo y morimos en un solo instante aunque sea una enfermedad duradera. Observemos la vida propia desde una cierta objetividad para no ser demasiado duros con nosotros mismos y mimémonos más, querámonos más. Eso es lo que va a quedar de nosotros junto con nuestras obras, producidas por nuestro talento personal. Y no hay que desperdiciar el talento porque no hay nada peor que el talento malgastado. Yo intento aprovechar mis talentos (los que Dios me ha dado) para vivir la vida con la mayor dignidad posible. Quiero morir en la cama diciendo en voz alta: HE VIVIDO, he sido honesto conmigo mismo, he tenido amor propio y he puesto toda la voluntad posible a la existencia para extraer de ella el máximo posible.
Ése es el posible epitafio de una hipotética tumba (me van a incinerar): HE VIVIDO. Ya lo decía Neruda: Confieso que he vivido. Pues yo quiero terminar diciendo lo mismo. Que el paso por la existencia no ha sido estéril y que he podido con el peso de la misma. Salud y suerte.


José Cuadrado Morales

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