lunes, 24 de octubre de 2016

EN LOS TIEMPO DE LA MILI...

He soñado con ser médico. He soñado con ser profesor. He soñado con ser policía y, cómo no, he soñado con ser militar. Pero los sueños, según Calderón, sueños son y la realidad es otra, más aún si eres un enfermo mental.
Cuando llegó la hora de incorporarme a filas por mi quinta me ilusioné. En un principio iba a cumplir con el deber patrio y sacarme esa espinita del autoestigma que llevamos los que por circunstancias aleatorias nos ha tocado sufrir de una manera especial. Conocí mi destino en el Cuartel de San Bernardo y este, ya de entrada, me lo puso difícil. Me tocó Araca, en Vitoria, a setecientos u ochocientos kilómetros de mi casa. Podía revelarme en contra de ellos, haciéndome insumiso o intentando cambiarlo por un voluntariado, pero decidí aceptar mi destino y pelear la parte que me tocaba.
Mi enfermedad mental me acompaña desde mi adolescencia pero el único que la conocía en profundidad era mi psiquiatra. Ni yo todavía sabía muy bien lo que era. Lo consulte con él. ¿Qué le parece que haga el servicio militar? Independientemente de dónde te toque, un cuartel es un ambiente hostil para un enfermo. Yo no te aconsejaría que la hicieras. De todas formas toma este informe y preséntaselo al médico del cuartel. Lo anecdótico radica en que no sentía curiosidad por lo que estaba escrito en ese informe. Así que no lo leí. Yo podía dedicar un año de mi vida a probar la vida militar. Era una opción excelente. Se me brindaba una gran oportunidad. Podía ser mi futuro y, quien sabe, a lo mejor me encontraba más a gusto que trabajando para mi padre.
Me despedí de Sevilla con un sol radiante de primavera y c
on manga corta. Ese día hacía calor. La familia vino a la estación a despedirse y todos estuvieron allí, hicimos una comida el fin de semana antes de marchar. Las lágrimas de mi hermana no se me pueden olvidar. La entereza de mis padres tampoco. Hasta que no me subí en el AVE y este comenzó a andar, no solté mi primera lágrima. Una chica que iba en frente se me quedo mirando. A lo mejor nunca había visto a un hombre llorar. La observé con detenimiento. Era hermosa. De tez oscura, con rasgos gitanos e iba leyendo. Cuando reparó que la miraba, bajo en seguida la vista al libro y se ruborizó. Entonces unos mofletes colorados le subieron a las mejillas. Me hizo gracia.
En Córdoba nos encajamos en media hora y en Madrid en dos. Lo primero que viene a mi cabeza cuando pienso en ese Madrid es el frío que hacía. Frío al que no estamos acostumbrados los del sur. Me puse mi chaquetón y decidir pasear un poco por la estación. Volví a ver a esta chica que me encontré antes en el AVE. Seguía leyendo su libro y no levantaba la cabeza de él. Entonces ella me vio mirándola y a quien le subieron los colores fue a mí. En seguida mire para otro lado. Haciéndome el disimulado. Pero lo que si era cierto, es que era enigmática.
Tenía que coger un coche cama. Para hacer el viaje de noche y presentarme en el cuartel antes de las once de la mañana. Me comí un bocata frente a la pantalla de salidas de trenes. Cuando faltaban quince minutos para que saliera mi tren, baje al andén. Allí me encontré con más reclutas. Con las misma caras de miedo que yo. Unos venían de Valencia, otros de pueblos de sur y todos nos juntamos en el mismo coche cama que pasaba por Aranda del Duero y seguía hasta San Sebastián.
Yo traté de calmarme un poco leyendo y parte del viaje lo hice así. Embebido en una historia de un jinete que salía en un cuadro. Poco a poco fuimos hablando unos con otros y cuando llegamos a Vitoria  ya no íbamos solos sino que todos nos hacíamos compañía unos a otros. Llegamos a Vitoria a las siete de la mañana y lo primero que buscamos fue una ferretería para que cuando nos dieran las taquillas tener las cosas guardadas bajo llave. Había muchas historias de que los reclutas que terminaban le robaban cosas a los que entraban. Mejor un candado que evite tentaciones.
Camino del cuartel nos encontramos con los juzgados. Los policías que estaban en la puerta eran antidisturbios y llevaban puesto el chaleco antibalas. Ahí fue donde se dispararon todos mis delirios. ¿En qué lugar me estaba metiendo? En un puente próximo a la entrada en Araca había escrito en spray pintadas como “muerte al recluta” y “os haremos la vida imposible aquí”. Y si en ese momento me hubiera creído las pintadas y hubiese presentado la carta nada más llegar. A lo mejor no hubiera estado ni un día en el cuartel.
Los primeros días de mi llegada al cuartel fueron bonitos. Nadie había identificado que yo tenía una enfermedad mental y eso levantaba mi autoestima. Podía pasar por cualquier adolescente que se ve obligado a ser el servicio militar. Me dieron la ropa y me enseñaron a vestirme. Hasta que llego el sargento de reclutamiento. Todo cambio de la noche a la mañana. Dure una semana de instrucción. 
Todos los días, lo primero que hacían era preguntar si alguien tenía que ver al médico, yo ese día cogí de mi taquilla el informe y levante la mano. Me sentaron delante del médico. Le extendí la carta y me quede con los ojos abiertos como un búho. ¿Qué diría de mí el informe? El médico del cuartel, nada más leerlo, me dijo que me apartarían del resto de reclutas y que tendría que ir al hospital de la región militar, que estaba en Burgos y que allí me vería un psiquiatra. Debería de haber leído esa carta. Siempre me quedara la duda de lo que en ella ponía y siempre serán suposiciones. Nunca sabré a ciencia cierta lo que allí estaba escrito. Debería de ser algo de peso, por lo que sucedió después.
Burgos ese día amaneció nevado y cuando yo llegue al hospital me ingresaron en el área de psiquiatría. Allí esperé hasta que me vio el doctor y me dijo que le contase lo que me pasaba. Le describí tan bien como me sentía de paranoico y de cómo no quería mostrar mis sentimientos para que no se me notase, que sin más esfuerzo, me dijo que yo no estaba preparado para hacer el servicio militar, por muchas ganas que tuviese. Me mando de nuevo a Araca con la blanca. La presente allí y despegue rumbo a Sevilla. Había pasado una semana desde mi salida de Santa Justa.

Corriendo me dirigí hacia la estación y cogí el último tren que salía para Madrid. Al llegar busque una pensión. Pase la noche y por la mañana busque una boca de metro que me llevase hasta atocha. Con el petate a cuestas y deambulando por atocha, salía mi tren para Sevilla. Otra vez en el AVE. Casualidades de la vida, la chica que leía me la volví a encontrar en el tren. Esta vez estaba sentada delante de mí dos o tres asiento. ¿Me levanto y me presento? ¿Le pregunto si estudia o viaja tanto por motivos de trabajo? Es una oportunidad única. Pero no me atreví. La deje con sus personajes de papel y ficción y yo me encerré en mis inseguridades y mi cobardía. ¿Quién sabe lo que hubiera surgido? Por lo menos una pequeña amistad.
Lo primero que hice cuando llegue a Sevilla fue dirigirme a mi panadería y allí encontré a mi madre que al parecer llevaba una semana llorando. Yo había pasado por nuevas experiencias y ella a lo que se había dedicado era a llorar porque pensaba que iba a pasarse mucho tiempo sin verme. Y tan solo fue una semana. Buena noticia, mala noticia ¿quién sabe? A lo mejor si me hubiera podido quedar ahora seria militar y hubiera estado en Kosovo y Afganistán. Pero la enfermedad me libro de nueve mese en el País Vasco, que por muy a gusto que yo pudiera estar allí, como en su casa no está uno en ningún sitio.
Y ese fue mi periplo con el ejército español. Más que una aventura fue una desventura. Yo iba con ánimos de encontrar un futuro que me solucionase la vida y lo que mejor recuerdo son los dos ojos de azabache de mi apreciada lectora, un paseo por Vitoria y una estancia en Burgos. No me hice soldado. Seguí siendo un humilde panadero. Pero por lo menos lo había intentado y quizás, solo con él hecho de intentarlo, hoy tengo una historia que contar.


Pedro.

2 comentarios:

CRPS León dijo...

Me parece que demostraste mucho valor al hacer la mili aunque yo no soy muy partidario del ejercito .Y creo que tu historia esta muy bien contada. Felicidades

CRPS León dijo...

NO te preocupes por no haber hecho el servicio militar.No te has perdido nada. Jeje. Salud