viernes, 29 de enero de 2016

“LA LLUVIA EN SEVILLA…

es pura maravilla”. No sé quién dijo esta famosa frase por primera vez, pero la hago absolutamente mía. La lluvia en nuestra ciudad es realmente una maravilla, una de las cosas más bonitas que se pueden disfrutar en ella.
En Sevilla llueve poco. Se echa de menos lo que escasea. Por ello suele ser bien recibida la lluvia en nuestra ciudad. No molesta cuando llega, sino que es bien recibida. Muchas veces se hacen predicciones erróneas de lluvia y quedamos frustrados. Aunque cada día las predicciones son más acertadas, con Sevilla se suelen equivocar.
El agua, la lluvia, limpia el aire de contaminación, de polución, y hace que la tierra huela de una forma muy especial. Inspira a los poetas y escritores en general ese olor tan característico del agua mojando el suelo. Yo he escrito diversos poemas sobre esa lluvia que deja el aroma tan maravilloso.
Yo recuerdo mis veranos en Villanueva del Ariscal, el pueblo de Sevilla donde nació mi madre, en plena comarca del Aljarafe, muy conocido por sus vinos. Yo recuerdo muchos olores asociados a la lluvia, al agua que regaba los naranjos y limoneros. Un olor penetrante, como un perfume fabricado por la naturaleza, que hacía que todo mi cuerpo se estremeciera. Recuerdo el agua caminando por los surcos abiertos por los labradores en la tierra por donde el agua llegaba a los árboles. Me quedaba mirando el agua durante largos ratos y me ponía a escribir mientras la lluvia empapaba los árboles. No necesitaba paraguas. El cielo era mi paraguas.
Recuerdo la tormenta que cayó durante la procesión de la Hermandad de los Servitas una Semana Santa y cómo los capirotes caían vencidos por el agua. Fue uno de los días más bonitos de lluvia que recuerdo. Los nazarenos permanecimos firmes ante la lluvia y al día siguiente los periódicos se hicieron eco del acontecimiento. Los cirios olían también diferentes. Las túnicas estaban empapadas, pero yo me sentía muy feliz debajo de aquella tromba de agua que estropeó un día de procesión, pero que demostró la casta de la que estábamos hechos los nazarenos de la Hermandad de los Servitas.
A esa lluvia también se la podía llamar inoportuna porque como suele decirse nunca llueve a gusto de todos. La lluvia había estropeado un día que empezó con sol. Es lo que pasa de vez en cuando también con la Feria. La lluvia se convierte entonces en un acontecimiento negativo, pero no olvido ese día de agua en Sevilla vestido de nazareno. Ya tampoco olvido los días de Feria en los que tenía que ocultarme donde pudiera para no mojarme. Era una aventura. Supongo que eran cosas de la edad.
Yo recuerdo mis locuras de cuando era más joven. Por ejemplo cuando estudiaba E.G.B. y me ponía debajo del agua y me empapaba. Llegaba a clase completamente mojado y así estaba todo el día. Muchas veces me ponía malo, me resfriaba o tenía problemas de garganta. Pero echo de menos esos días especiales en colaboración con el agua. Eran aventuras para mí.
En una cosa me parezco a mi padre: yo odio los paraguas. Ambos preferimos mojarnos antes de cargar con ese armatoste. Mi madre siempre le decía a mi padre que se llevara el paraguas, pero él nunca hacía caso. Yo muchas veces veo que va a llover y tampoco me llevo el paraguas. Después me mojo, pero no me importa. Me recuerda eso a los días de la infancia.
Pero los paraguas también tienen cosas buenas, además de protegerte de la lluvia. Se crea una cierta solidaridad. A todos nos habrá pasado alguna vez que alguien nos ha pedido que le llevemos a algún sitio con nuestro paraguas. A veces se ha gestado una amistad de esta manera. Hace pocas semanas cayó una lluvia muy fina sobre Sevilla (rercuerdo las trombas que caían cuando yo era pequeño) y un joven me pidió que le llevara si me cogía de camino a un sitio. Me estuvo comentando que había pasado toda la noche de fiesta, que había ligado y muchas cosas más. Quedamos para tomar café un día. En eso los paraguas tienen su lado positivo.
Recuerdo también los enormes charcos que se formaban cuando yo era pequeño. Entonces se usaban mucho las botas de agua. Hoy rara vez se ven. El clima ha cambiado mucho y también ha mejorado la red de alcantarillado. Pero eran estupendos aquellos charcos maravillosos donde saltaba con mis botas de agua con mucha fuerza y lo salpicaba todo. Eran travesuras que hacía cuando era niño.
Todo lo que digo es porque llueve poco en Sevilla porque en realidad no me gustan los días de lluvia seguidos. El ambiente es gris y me deprime y ya tengo sobrados motivos para deprimirme. No quiero añadir ninguno más. Prefiero el tiempo soleado. La luz, esa luz que pedía Goethe poco antes de morir. Prefiero la claridad, que no haya que encender la luz para poder escribir. Me encanta escribir sólo con luz que entra por la ventana. Me molesta la luz artificial. Se fuerza más la vista y el ambiente se torna más sombrío.
Cuando veo en la televisión los reportajes sobre las catástrofes que hay en otros lugares por las fuertes lluvias  lo lamento. Pero en Sevilla la lluvia casi siempre es moderada y pocas veces provoca daños tan brutales como los que veo en los reportajes televisivos. No me gusta esa lluvia criminal, la que provoca desbordamientos de ríos, movimientos de tierra y demás catástrofes. Quiero una lluvia tranquila, de estar sentado en una cafetería tomando un café caliente viendo el agua tropezando en los cristales, como llamándote. Una lluvia amiga que es compañera fiel y que no provoca ningún accidente.

A veces, en momentos de soledad escogida, me gusta caminar con un paraguas bajo la lluvia pensando en algo para escribir o construyendo directamente algún poema con la mente. Son momentos estupendos y se forma una buena simbiosis entre el paraguas, la lluvia, yo y mis ideas. Esos pensamientos creativos que parecen espolearse con el agua y que acaban en un libro.

También me gusta de vez en cuando oír llover cuando estoy en casa viendo la tele o en la cama cuando me voy a dormir. La lluvia se convierte en una buena compañera. No me molesta en absoluto y es una fiel compañía que agradezco.
No soy de los que ven mucho el tiempo en televisión, pero sí lo veo todos los días en el periódico. No me gusta ver los simbolitos de lluvia nunca. Me preocupa cuando tengo que tender la ropa que haya lluvia. Por eso miro sobre todo la prensa. Soy amo de casa y tengo que lavar y la lluvia se convierte en un estorbo con el que me tengo que pelear de vez en cuando.
Cuando era pequeño la ciudad se inundaba con facilidad. Yo nací en 1961 cuando el desbordamiento del Tamarguillo. Era un bebé y no tengo recuerdos, pero he visto fotos de aquel año y el desbordamiento. Sevilla estaba inundada por las lluvias que habían provocado el desbordamiento del río Guadalquivir. Traje la lluvia a Sevilla, pero desmedida. Sé que mis padres lo pasaron mal con dos niños pequeños porque sólo me llevaba año y medio con mi hermana mayor.
En fin: que llueva cuando tenga que llover y si es necesario, como dice la canción, que llueva a cántaros. Siempre pensaré en el pueblo de mi madre y en mi infancia, y los recuerdos me acompañarán felices. Y escribiré algo de poesía para       que quede testimonio escrito de mis emociones. Es una de las principales funciones de la Literatura. Salud y suerte.


José Cuadrado Morales

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jose, has utilizado imágenes muy poéticas para referirte a la lluvia y me has hecho revivir algunas anacdotas, como la poca simpatía que le profeso a los paraguas o la nostalgia que suele teñirse de depresión cuando llueve muy seguido.Rosa

Anónimo dijo...

Mi querida Rosa: gracias otra vez por tu nuevo comentario a un artículo mío. Eres siempre muy generosa. Compartimos la misma escasez de simpatía por el uso de los paraguas y es cierto lo que dices de que la nostalgia se torna depresión cuando llueve muy seguido. Por eso me gusta la lluvia, pero con moderación y en circunstancias especiales. También es hermoso estar sentado en el sofá de tu casa hablando con una mujer como tú mientras llueve fuera. Gracias de nuevo por tu amabilidad y simpatía. Espero que sigamos en contacto. José Cuadrado.