miércoles, 7 de marzo de 2012

LA MUERTE POSITIVA

Puede parecer una paradoja, pero intentaré demostrar que no lo es en este artículo. La muerte es el final natural de la existencia y hay que asimilarla como tal sin querer enfrentarse a ella porque la derrota está sabida de antemano. Recuerdo ahora al empezar los versos de Santa Teresa de Jesús: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. La mística abulense hace una defensa a ultranza de la muerte como una necesidad de encontrarse con Dios y obtener la absoluta plenitud de la existencia. Santa Teresa expresa su ansia por la muerte positiva porque le permitirá unirse a Dios en la otra vida para acabar con esa impaciencia que la tiene atada a la Tierra y lograr por fin la verdadera felicidad con Dios.
Ése es un ejemplo místico, como podríamos poner también del amigo de Santa Teresa San Juan de la Cruz. Pero podemos poner ejemplos más sencillos o cotidianos de personas normales que no están en trance extático. Recuerdo ahora a Luis Cernuda, el marginado poeta sevillano de la Generación del 27, que llegó a afirmar que la muerte es el triunfo del poeta. Más que nada, imagino, porque en la vida el poeta pocas veces alcanza la fama, la notoriedad y la felicidad que ello conlleva. El poeta pasa por la vida normalmente azotado por toda clase de vicisitudes y miserias y encuentra en la muerte la plenitud, el triunfo sobre la vida que lo ha limitado y sometido. La muerte es una liberación natural de la existencia. Luis Cernuda es buen ejemplo de ello. Murió exiliado en Méjico, olvidado de todo el mundo, encerrado en su mundo literario, condenado por su homosexualidad. La muerte le liberó del sufrimiento terrestre y dio alas a su poesía, que llegó a ser infinitamente más conocida en muerte que en vida. Podemos poner infinidad de ejemplos de otros poetas que vivieron la misma experiencia de muerte positiva como Luis Cernuda.
Hay otro poeta que es buen ejemplo de muerte positiva. Y es Juan Ramón Jiménez. Él dijo una frase que siempre me ha marcado y la he tenido en cuenta durante toda mi vida: “No es la muerte la que da sentido a la vida, sino la vida la que da sentido a la muerte”. No hay que considerar la muerte como un final, sino como una continuación de la existencia. La vida transcurre antes que la muerte y la muerte completa de forma natural el curso vital. Y hay que hacerlo de forma absolutamente natural. Y el poeta, tras la muerte, tras la gloria mundana, encuentra su plenitud en la muerte cuando los versos son definitivamente de los demás en su totalidad. Él persiguió durante toda su vida la poesía pura, suya para siempre. Y justo cuando la encontró halló también la muerte. Para él la muerte fue la culminación de una existencia vivida entre palabras junto a su mujer Zenobia Camprubí. Juan Ramón recibió el Nobel de Literatura en 1.956. Apenas dos días después murió su mujer. Él siguió vivo hasta su muerte en 1.958. Aguantó dos años en soledad, resistió con la poesía, sabedor de haber encontrado la plenitud en la poesía para la inmensa minoría. La muerte le daría la vida que necesitaban sus libros después de una existencia vivida con mucho sufrimiento.
El suicidio a veces es también una muerte positiva. No hago aquí proselitismo del suicidio porque yo defiendo la vida por encima de todo en todas sus formas. Pero hay momentos en los que la desesperación es muy grande por una enfermedad terminal por ejemplo y uno decide quitarse la vida porque no quiere vivir sufriendo el resto de la existencia. El suicidio es una opción a escoger para completar el tiempo digno de vida. Hay que luchar contra la indignidad de la existencia. Y la enfermedad a veces puede ser una manifestación profunda de atentado contra la dignidad de la persona, por lo que el suicidio es una opción legítima perfectamente asimilable por una mente racional.
La eutanasia es también en determinadas circunstancias una forma de muerte positiva. Un ser en estado vegetativo no vive, está como esperando la muerte ya muerto y puede completarse su ciclo vital de forma consciente retirándole los aparatos que lo atan a una vida que no es vida, sino una muerte prolongada que no conoce pausa.
La muerte de Cristo es una forma espléndida de muerte positiva. Él murió por todos nosotros para posibilitar la redención de todos nuestros pecados. Vivió una terrible pasión y murió en la cruz tras una serie de vejaciones de todo tipo. Su muerte liberó a todos los creyentes de la época y posteriores. Tras su muerte resucitó indicándonos así que la muerte no es el final, que hay otra vida más allá de ésta y que es una vida eterna donde ya la muerte no tendrá lugar. Jesús nos enseña que la muerte es algo a lo que no hay que tenerle miedo, sino abrazarnos a ella como una liberación total de los males de la vida. La muerte se prolonga por poco tiempo y se transforma en vida eterna. Es el caso más claro de muerte positiva.
La muerte, ya en sentido general, puede ser una muerte positiva porque pone fin a un transcurrir normal de la existencia. No hay que oponerse a ella, sino unirse a ella como algo natural del todo. Dura un segundo porque inmediatamente después pasamos a un estado no cataléptico de vida espiritual que dura toda la eternidad. Entonces: ¿Qué sentido tiene rebelarse contra ella? Ninguno. La muerte es nuestra amiga porque nos hace el favor de pasar a un estado de suprema liberación total en la que nos sentimos seres superiores, eternos, dulcificados por la vida que dura siglos y siglos. La muerte es una caricia que proporciona una forma muy dulce de vida que no nos tiene que mantener nunca tristes. Una vida prolongada sería más negativa todavía porque disponemos de un tiempo finito para vivir y no podemos rebelarnos contra ello. Es algo natural. Morir es vivir. Y vuelvo al principio de mi artículo y a Santa Teresa de Jesús: vivimos sin vivir en nosotros y tan alta vida esperamos que morimos porque no morimos. Es la ansiedad de la muerte positiva. Y no sólo para unirnos con Dios, sino para que nuestra obra en la vida adquiera un poderoso sentido positivo que tiene cuerda para rato.
Morir es la normalidad del transcurso vital de la existencia. Yo creo que todo es una totalidad, sin paréntesis. Creo sinceramente que la muerte no existe, que es una parte más de la vida. Creo, por ello, en lo de Juan Ramón Jiménez: es la vida la que da sentido a la muerte. Por eso pienso que la muerte no existe. Es un espejismo, algo irreal. En el momento de morir ya estamos viviendo otro tipo de vida o la misma vida eterna. Otra cosa es la enfermedad, que hay que soportar con estoicismo durante la vida terrenal. La enfermedad es peor que la muerte, pero es un peaje que tenemos que pagar por la vida. Si somos capaces de soportar la enfermedad la muerte supondrá un triunfo mayor porque habremos vencido el dolor en cualquiera de sus formas. Terminada la fase temporal de la muerte la nueva vida, o la antigua vida prolongada, no tendrá enfermedad ni ninguna manifestación de dolor. Hay que ser fuertes y sentir que la muerte es una amiga que nos acompaña toda la vida porque desde que nacemos somos conscientes de que vamos a morir. Pero también somos conscientes de que morir es el trampolín hacia una vida mejor que no tendrá fin.
Concluyamos pues que no existe paradoja en la idea de la muerte positiva. Que la muerte es una conclusión natural, un final necesario, un paso hacia la vida eterna. Toda muerte es buena porque hay una vida esperando. Así que no hagamos proselitismo de la muerte, sino sencillamente vivamos, muramos y sigamos viviendo. Es así de sencillo, lo diga un santo, un poeta o una persona normal. Es así.

José Cuadrado Morales

1 comentario:

Anónimo dijo...

El derecho a la vida y la muerte, un tema muy interesante y mas en los tiempos que corren....