miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA INFANCIA

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla donde madura el limonero”. Así empezaba el poema Retrato del maravilloso libro de Antonio Machado Campos de Castilla, para mí su mejor obra sin lugar a dudas, obra de madurez donde expresaba su profundo amor a Castilla y lo mucho que influyó en su vida, su obra y su mundo personal. Cada uno empieza su recorrido por la infancia por un lugar distinto porque no hay dos infancias iguales. El ser humano es individual y todas sus vivencias son estrictamente individuales, por lo que no podrían escribirse dos artículos iguales como éste que yo estoy empezando.
Mi infancia son recuerdos de un mundo maravilloso, aunque también con problemas personales y momentos dolorosos. Con siete años empecé a escribir, a chapurrear mis primeros poemas y mis primeros textos en prosa. Recuerdo que lo hacía en libretas verdes, de las que aún guardo algunas en mis archivos literarios. En ellas me desahogaba como podía tanto de mis cosas buenas como de las malas. En ellas desarrollaba mis ideas sobre la Literatura, a la par que cursaba mis estudios de Primaria en un colegio de los hermanos de la Salle. Mis libretas verdes son la mejor huella de mi incipiente carrera de escritor, un estupendo borrador de los libros que empezarían a aflorar ya en mi adolescencia. Mis libretas verdes son el testimonio de mi infancia, de un maravilloso paraíso perdido como diría el prestigioso escritor, totalmente irrecuperable. Seguramente nos pasamos la vida queriendo recuperar ese paraíso perdido de la infancia, ese mundo de protección e inocencia. La edad de la inocencia es la edad de los juegos, del descubrimiento primero de la sexualidad de una manera sencilla y sin maldad ninguna. Es el período de los amigos íntimos, de los juegos que en mi tiempo eran muy baratos: al cielo voy, la piola, las canicas y otros similares.
Yo asocio la felicidad con todos esos juegos sencillos, infantiles, exentos de toda maldad y que me nutrieron de tantas sensaciones agradables. Recuerdo las tardes que venía del colegio y merendaba una viena entera con mantequilla y un refresco de limón. Después me iba a la calle a jugar a las cosas que ya he mencionado. Y finalmente los deberes del colegio, que recuerdo los hacía con mucha felicidad porque me encantaban los estudios y las tareas que me mandaban para casa.
Recuerdo que me quemé una mano cuando chico en una de las copas que se encendían con cisco picón . Estoy hablando de hace más de cuarenta años. El paso del tiempo ha convertido en positivo un incidente negativo como ése y es que el tiempo lo transforma todo. Ahora me siento mayor, veo que han pasado muchos años, que me quedan menos años de vida y mucho menos tiempo para llevar a buen puerto todos mis proyectos personales. La infancia es la suma de la felicidad y la inocencia, pero también tiene mucho de trauma porque no se comprende bien el mundo y las cosas que acontecen en él. Es como pasa en la película El príncipe de las mareas de Barbara Streisand, donde Nick Nolte está traumatizado por una violación sufrida cuando niño. Es un caso extremo de trauma.



Los hay más pequeños como me pasa a mí que fui por primera vez a un psicólogo con siete años, la misma edad con la que empecé a escribir. Quizás por eso siempre asocio la Literatura al desahogo personal de las múltiples sensaciones que componen la vida.
Esa primera visita a un psicólogo marcaría mi vida porque ya empezaba a sentirme un enfermo mental. Y eso es duro cuando se es un niño. Porque no se ha acabado de empezar a comprender el mundo y hay que esperar a ser adulto para lograrlo. Desde entonces no he dejado de ir a psicólogos y psiquitras, sobre todo en los últimos veinte años cuando la enfermedad se ha desarrollado más a tope.
Ser niño es ser Peter Pan. Yo no quería crecer como él. Yo quería ser siempre niño, inocente, puro, frágil, vulnerable, permeable a todas las emociones nuevas, cuidado por mis padres. Yo no quería crecer y tener responsabilidades. Y aún hoy lo siento y lo pienso, que no quiero crecer, y ése es uno de mis problemas fundamentales como paciente de salud mental. No querer crecer es muy malo. Yo quería cuando era niño tener a mi Campanilla particular con la que hablar y descubrir universos paralelos nuevos, mundos no hollados por nadie, espacios hermosos donde la vida fuera estrictamente maravillosa y sin cabida posible para un trauma por pequeño que fuera. Yo quería pasear con Wendy por el universo. Mi imaginación me permitía volar a donde yo quisiera sin ningún tipo de cortapisas. Y por eso empecé también a escribir: para desarrollar en el papel con palabras los mundos que iba descubriendo. Recuerdo que entonces las calles eran oscuras, no había alumbrado público y la noche se me aparecía como la boca de un lobo, como un valle lleno de peligros y cargado de terrores. Y recuerdo que huía de esos errores leyendo tebeos. Me encantaba Pulgarcito y otros similares. Y leía a El Capitán Trueno y corría con él maravillosas aventuras y no tenía miedo. Yo era su Crispín, su amigo inseparable dispuesto a correr con él por todos lo barrancos y sitios peligrosos.
La infancia es la protección de los padres. Ellos intentan que el árbol crezca recto, pero la vida está llena de circunstancias negativas que modifican todos los planes primigenios y nos convierten en esclavo de lo que pasa, que es mucho. De ahí lo de Ortega y Gasset: Yo soy yo y mis circunstancias. Nos pasamos la infancia luchando contra las circunstancias, en lugar que aliándonos con ellas que es lo que hacemos cuando somos adultos. Luchamos contra todo lo que no nos gusta. Quizás por eso lloren los bebés: ellos expresan sin palabras todo lo que no les gusta y nadie los puede entender. Ni ellos mismos se entienden. Yo tengo pocos recuerdos de bebé y en realidad tengo pocos recuerdos de la infancia. Es como si en el disco duro de mi memoria se hubiera borrado una etapa de mi vida más llena de cosas malas que buenas. He borrado montones de acontecimientos. Sin ellos no hubiera podido crecer y llegar a la edad adulta donde estoy defendiéndome como puedo.
La infancia es la etapa de la vida en la que todo se absorbe como una esponja. Se carga uno de estímulos, sin saber muy bien cuáles son los positivos y cuáles los negativos. No hay claridad de edad. Principalmente queremos jugar y no estamos preparados para los problemas. Desde pequeño, quizás por influencia del colegio de curas, empecé a creer en Dios y a pedirle cosas, las más tontas pero que para mí eran muy importantes. El relativismo asociado a la infancia es una de sus principales características. Relativizamos todas las cosas por nuestra inocencia, nuestra pereza de ánimo para entender lo que no podemos entender por más que queramos.
La infancia se merece un libro, no un artículo. Pero aquí estoy dejando breves pinceladas de la que es la etapa tal vez más bella de la vida. Pero suerte que termina porque tenemos que descubrir el mundo por nosotros mismos y con nuestras propias armas psicológicas. Yo quiero ser Tom Hanks en la película Big. Un niño grande, pero a la vez un adulto crecido y con posibilidades de hacer frente a la existencia y todas sus contingencias. Reconozco que soy un hombre y vivo las cosas como hombre, pero jamás borraré los recuerdos que guardo de mi infancia para poder sobrevivir. Quiero sobrevivir siendo un hombre niño. Quiero rendir culto a la infancia desde mi perspectiva de hombre. Espero conseguirlo y no necesitar tanto de los psicólogos para que me enseñen que la vida no es simplemente un juego de niños.

José Cuadrado Morales

5 comentarios:

Anónimo dijo...

me acuerdo de mi infancia y me pongo muy contento sin duda la época más feliz de mi vida, no paraba de jugar , juegos que se han ido perdiendo como las canicas,chapas,trompo al esconder,etc... hoy en dia los niños parece que para ser felices tienen que tener una play y no utilizan lo que nosotros utilizabamos antes la imaginación con dos simples muñequitos de indios y vaqueros nos creábamos la mayor de las aventuras. juanma cuesta

urarocio dijo...

Impresionante. Nos hemos quedado verdaderamente impresionados de como has podido descifrar los recuerdos infantiles que vagan en una nube de nuestra mente con tanta destreza.
La verdad, la infancia es para escribir un gran bestseller personal de cada uno de nosotros.
Te seguiremos leyendo.

Esperanza dijo...

Qué preciosidad!!! me encanta cómo está escrito y cómo has "escudriñado" tu corazón, tu mente y tus recuerdos. Es un placer leerte Jose. Ahora no eres un niño pero siempre es importante conservar el niño que llevamos dentro. Gracias por ser generoso y compartir-te con los lectores de este blog.

Blog Unidad Rehabilitación Salud Mental Hospital Macarena dijo...

Gracias por vuestros comentarios que me ayudan a seguir escribiendo en este mundo de adultos de otros tiempos en los que la felicidad consistía en tener lo mínimo para encontrarse bien. Hoy hay demasiada ambición de poseer y nosotros éramos felices con lo mínimo sin exigir grandes cosas de los demás y de nosotros mismos. De corazón, muchas gracias. José Cuadrado.

Abuela Lola dijo...

Ser niño es el estado perfecto del hombre, no deberiamos de abandonar el niño que todos llevamos dentro.